Oswaldo Bola

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(Tiempo estimado de lectura: 15 minutos)

Un articulo de Manuel Villaescusa sobre Oswaldo Bola para la revista “Ulises”

Conocí a Oswaldo Bola en la primavera de 2004, a través de la recomendación de una amiga. Ella me contó como había logrado salir de una depresión tenaz asistiendo a una ceremonia tradiciónal de medicina amazónica que Bola codirigió con un chamán shuar y me dijo que tenía que ponerme en contacto con él para organizar alguna sesión juntos. Le mandé a Bola un correo explicándole que me interesaba mucho su trabajo y ofreciéndole la posibilidad de conocernos para ver si podríamos colaborar. Poco tiempo después él vino a visitarme, y congeniamos desde el primer momento que nos vimos, descubriendo tener varios amigos en común además de un interés compartido en las plantas de poder y los rituales de sanación.

Bola es un curandero mestizo de Quito, Ecuador. La historia de su vida y de cómo llegó a ejercer su profesión refleja la evolución del uso y difusión de las plantas maestras en su pais y en el resto del mundo. Antes de emprender el camino de formación como curandero, Bola se dedicaba al teatro y especialmente al teatro de calle, interesándose en recoger las tradiciones populares de espectáculos callejeros y rituales festivos de la espiritualidad andina sincretizados al catolicismo y de difundirlas por los pueblos y plazas de su pais. Ese interés en las tradiciones populares le acercaría a la cultura ancestral de los numerosos pueblos indígenas de Ecuador, con su enorme saber etnobotánico y su destreza en rituales de sanación. El aprendizaje de las artes escénicas y las técnicas y entrenamientos del llamado teatro antropológico también le ayudarían luego a desempeñar con pericia el papel de curandero, quien como bien dice Jodorowsky es intérprete de un “teatro sagrado” donde las técnicas de sugestión y de modulación de los estados de ánimo de los participantes son fundamentales para dirigir el proceso terapéutico.

El evento que llevó a Bola a emprender el duro aprendizaje de curandero fue, como suele darse en muchos casos, una enfermedad. Como explica Mircea Eliade(1) en su obra clásica sobre el chamanismo, una de las vias para convertirse en chamán es el sufrir y sobrevivir a una grave enfermedad. Al superar la propia crisis, el individuo está capacitado para guiar a los demás por el camino que lleva de la enfermedad a la curación. Bola tuvo que pasar por ese percurso iniciático. Al pasar él mismo por un serio empeoramiento de su estado de salud con manifestaciones físicas y emocionales, acudió a varios terapeutas, uno de los cuáles percibió la alta carga energética que él desprendía sin saberlo. Como enseña la medicina china, el disponer de mucha energía vital o “chi” puede ser un peligro si no se es consciente de ella y no se sabe como hacerla circular por el organismo. El “chi” estancado puede causar enfermedades, así demasiado “chi” puede ser tan dañino como carecer de éste. El terapeuta que trató a Bola, al darse cuenta de que tal era la situación, recomendó a Bola el acudir a un curandero indígena quichua amazónico que podría ayudarle a aprender a manejar esa energía. Bola acudió al curandero como paciente, logrando restablecer su salud y entrar en contacto con su poderosa fuerza interior. Al acabar el tratamiento, el “abuelo” propuso a Bola iniciar con él un camino de aprendizaje que le llevaría a recibir el saber milenario del trabajo con las plantas de poder amazónicas. Bola aceptó y allí empezó su aventura en el descubrimiento de las artes de curación indígenas.

Tradicionalmente ese saber ha sido transmitido de padres a hijos durante incontables generaciones. Sin embargo, los profundos cambios que han sufrido las sociedades tribales al entrar en contacto con la cultura occidental han supuesto una ruptura en la transmisión del saber tradicional entre ancianos y jóvenes. En el caso del maestro de Bola, éste se encontraba con que su hijo no se mostraba para nada interesado en el arduo aprendizaje de curandero que implica largos retiros siguiendo estrictas dietas y restricciones en el comportamiento y en la actividad sexual. El hijo del maestro, como tantos otros jóvenes de su raza, prefería dedicar su vida a “correr detrás de las gringas” y al alcohol, adoptando un estilo de vida occidental, más cómodo y placentero (al menos en apariencia) que los rigores de la vida del aprendiz de curandero en la jungla amazónica.

Y es así como Bola se encontró con la oportunidad de recibir el extenso saber que los indígenas amazónicos han ido transmitiéndose y manteniendo vivo durante siglos, el conocimiento de las plantas de poder y las maneras de curar con ellas. El encontró a un maestro, y el maestro encontró a su aprendiz. Porque si es verdad que muchos jóvenes indígenas amazónicos no se interesan por su cultura tradicional, también es verdad que muchos mestizos urbanos y jóvenes occidentales se sienten atraídos por ese saber milenario en riesgo de extinción. Paradójicamente, puede ser la misma globalización cultural que amenaza la supervivencia del chamanismo amazónico la que permita su transmisión y difusión a otros ámbitos antes de desaparecer. Es gracias al desarrollo vertiginoso de la transmisión de información en nuestro planeta que personas ajenas a la cultura amazónica han tenido noticias de este saber ligado a la naturaleza , y es gracias al desarrollo no menos vertiginoso de los medios de transporte que muchos han podido viajar hasta la jungla para recibir esas enseñanzas.

El aprendizaje de Bola en las artes chamánicas siguió el percurso tradicional de largos retiros en soledad, jungla adentro o en las montañas, ayunos y abstinencia bajo la dirección principal del maestro, asi como de chamanes de otras etnias como los shuar y los quichua saraguro en los andes. Bola fue “dietando” las distintas plantas de poder, siguiendo una dieta estricta de arroz, plátano y pescado hervido, sin sal ni azúcar, y tomando a diario la planta cuya esencia se revela solo al que está dispuesto a seguir tan ardua disciplina. Una vez conocido el espíritu de la planta, ésta se convierte en una aliada que ayudará al curandero a sanar a sus pacientes. También en soledad y tomando la planta el aprendiz recibe los cantos (“ícaros”) que le ayudarán a realizar su trabajo de curación. Es a través del sufrimiento y del desarrollo de la capacidad de soportar austeridades que se consigue el poder que luego servirá para sanar a los demás.

Mientras iba superando los retiros y las dietas, Bola siguió y acompañó a sus maestros como ayudante en numerosas ceremonias, aprendiendo a través del contacto con ellos y absorbiendo su poder presenciando su trabajo. Bola me comentó que el saber que recibió salvo pocas excepciones no fue transmitido verbalmente sino que se trató de un aprendizaje realizado a través del compartir experiencias y resonar con la presencia y la acción de los maestros.

Además de su formación tradicional, Bola tuvo acceso a otras fuentes de enseñanza. El siglo XXI se caracteriza por la globalización de la información y de las culturas, para lo bueno y para lo malo. Mundos incomunicados durante el tiempo del colonialismo como el chamanismo de los indios norteamericanos y mejicanos y el de los indios amazónicos, ahora están retomando el contacto y se intercambian conocimiento y prácticas. A finales de los años 80 se celebró en México un encuentro entre hombres medicina del norte y del sur de América, realizando la profecía del cóndor y del águila que vaticinaba una reunión entre las tradiciones de medicina tradicional del norte y del sur.

Los rituales de sanación nativos norteamericanos realizados por la Native American Church llamados el Camino Rojo se han difundido entre los chamanes amazónicos, y es ahora frecuente encontrar curanderos que antes o después de un ritual de ayahuasca realizan un temazcal o inipi. El temazcal es una práctica indígena de sanación extendida por América del sur y del norte. Los indios norteamericanos lo llaman “Sweat Lodge” o choza de sudación. Se construye con varias varas entrelazadas de madera flexible, estructurando una cabaña circular parecida a un iglú que luego se cubre de mantas y de lonas dejando una abertura para entrar. En una hoguera cercana se calientan grandes piedras hasta que estén blancas del calor, que con una pala luego se irán colocando en un agujero en el centro del temazcal. Los participantes entran dentro de la choza, un espacio oscuro donde se crea un calor muy intenso que a veces resulta difícil de soportar. El chamán que corre el temazcal se encarga de verter agua sobre las piedras, produciendo un vapor muy caliente. Entre el calor, el vapor abrasador y la oscuridad se entra un estado no ordinario de conciencia. Es una ceremonia de depuración y de contacto con la madre tierra, el temazcal simboliza el volver a su vientre para salir renacido. Es un rito muy indicado para cerrar un retiro, ya que completa el proceso de renovación y de dejar atrás lo que sobra inducido por la ceremonia de medicina amazónica.

Además del aprendizaje en el Camino Rojo, como buscador de visión y danzante del sol, Bola también tuvo acceso a una formación como psicoterapeuta, como parte de una búsqueda para hacer accesible el conocimiento tradicional a la gente de las ciudades y del mundo de “la razón”. Al vivir en Quito tuvo la oportunidad de frecuentar una escuela de facilitadores del desarrollo humano de línea humanista, corriente que incluye por ejemplo la terapia Gestalt, orientada hacia el desarrollo del potencial humano trabajando el contacto con el aquí y el ahora. La corriente humanista nació en los años 60 como respuesta al dominio del psicoanálisis en el mundo terapéutico de entonces. Para los humanistas, el psicoanálisis daba demasiada importancia al intelecto y al pasado, y el análisis acababa siendo un “hablar sobre” las cosas que alejaba al paciente de su realidad inmediata. Las terapias humanistas en cambio desarrollaron técnicas para facilitar el sentir en el instante presente, dando importancia al proceso experiencial, especialmente a la conciencia corporal considerada como fuente de sabiduría y de salud. Es lo que Fritz Perls, fundador de la Gestalt, llamaba el impulso de “autoregulación organísmica”, un saber instintivo que si se deja expresar trae equilibrio y armonía a la vida de la persona que ha aprendido a escucharlo.

La primera vez que tuve ocasión de asistir a una ceremonia dirigida por Bola me quedé profundamente impresionado por la atención que dedicaba a cada uno de los participantes antes del ritual. Durante horas hablaba con cada uno de ellos, ayudándoles a formular un propósito, una dirección de trabajo que pudiera orientar la experiencia. Me di cuenta enseguida de la importancia que Bola daba al sentir, a la conciencia corporal. Para él, el trabajo con ayahuasca es una oportunidad de entrar en profunda comunicación con el propio cuerpo y las emociones, y es esa comunicación la que permite que se produzca el proceso de sanación.

En ese sentido, Bola comparte con las nuevas terapias cognitivas de 3ª generación el entendimiento de que es el excesivo dominio de la mente racional el que produce la mayoría de las patologías psíquicas. Estas terapias como la terapia de aceptación y compromiso de Hayes(2) o la terapia basada en la atención plena de Kabat-Zinn(3) se basan en ayudar al individuo a desidentificarse de sus pensamientos al entrenar la capacidad de mantener la atención plena y consciente sobre el momento presente. Se aprende a observar los contenidos de la conciencia con ecuanimidad y desapego descubriendo así lo que realmente son, manifestaciones mentales transitorias que a veces pueden ser de ayuda pero que otras veces son la causa del sufrimiento del individuo. A través del entrenamiento de la atención consciente estas terapias ayudan a la persona a descubrir su esencia más profunda, la conciencia testigo que todos llevamos dentro. Al liberarse de la tiranía del intelecto los síntomas patológicos (especialmente ansiedad y depresión) van perdiendo terreno y desapareciendo, al revelarse como productos de la mente que ha usurpado la identidad de la persona. Al poner a la mente en su sitio el equilibrio se restablece naturalmente.

Durante la fase de preparación a la sesión, que puede durar varias horas, Bola da instrucciones concretas a los participantes: mantener la atención consciente sobre el cuerpo y la respiración, darse cuenta de cuando la mente nos lleva a pensamientos circulares y nos desconecta del momento presente. Cada participante expresa lo que quiere lograr durante la ceremonia, cuál es la cuestión que desea resolver o la respuesta que quiere descubrir. Para ello, Bola invita a buscar esta respuesta en el sentir, más que en el pensar, prestando atención a las sensaciones y así descubriendo la sabiduría somática.

Al final de la ronda de preparación, Bola empieza el ritual con un rezo a los espíritus de las plantas con las que se va a trabajar, el tabaco amazónico (nicotiana rustica) y la ayahuasca (poción que entre otras plantas contiene la liana banisteriopsis caapi) , rezando también a los espíritus de los antepasados, del fuego y de la tierra. Cada persona recoge una brizna de tabaco y concentra sobre ella el propósito para la ceremonia, depositando luego el tabaco sobre el fuego para que el humo lleve el rezo adonde tiene que llegar, disolviéndolo en el aire. Independientemente de que se crea que el rezo va a llegar a alguna parte o no, realizar esta acción sirve para dedicar un tiempo a dar forma al propósito y reforzar así la intención con la que uno emprende el ritual. También en ese momento se ingiere por via nasal el jugo del tabaco, cuya variedad silvestre es mucho más psicoactiva que la variedad comercial. Se despejan las vias respiratorias, produciendo un ligero mareo y una estimulación del sistema nervioso, preparando así al participante a tomar la ayahuasca. La ingesta de tabaco previa acelera el proceso de asimilación de la poción. Sin tomar antes tabaco la ayahuasca suele tardar entre 45 minutos y una hora en hacer efecto, tomando tabaco los efectos se pueden hacer sentir a los 15 o 20 minutos.

Después de la ingesta los participantes se tumban o se sientan, con la instrucción de mantener silencio y concentración en ellos mismos mientras dure la ceremonia. Bola empieza a cantar, primero utilizando una guimbarda o arpa de boca para acompañar su canto, luego una sonaja para marcar el ritmo, un ritmo constante y acelerado que ayuda a entrar en trance. Los cantos llaman al poder de la ayahuasca para que se manifieste, “se levante la medicina” en el lenguaje del curandero. También llaman a los espíritus protectores del chamán, a sus aliados, invocando a los maestros y a los lugares donde obtuvo poder y sabiduría. El ritmo y la tonalidad de los cantos son acelerados e intensos, para acompañar a los efectos de la poción que inicialmente llegan con mucha fuerza. Esta primera fase puede durar una hora, que es lo que tarda la substancia en subir en intensidad y alcanzar su nivel culminante. Luego empieza la fase de meseta, los efectos se estabilizan y el canto acompaña este cambio con melodías más suaves y ritmos menos pronunciados. Las letras de las canciones hablan de apertura del corazón, conexión con el espíritu, del renovarse de la vida, de la naturaleza y del hombre como parte de ella, de la fuerza del fuego y del poder del agua como fuente de sanación.

En esta fase se manifiestan los efectos eméticos y purgantes de la poción, el ayudante del curandero se encarga de recoger los “alivios” que serán enterrados y devueltos a la madre tierra al dia siguiente. Cuando algún participante pasa por dificultades y se siente mal, Bola le ayuda realizando una “limpia”, soplando tabaco o perfume, a veces hasta usando aguardiente y así soplando fuego sobre la persona. Estas intervenciones además de espectaculares (y seguramente también por serlo) son muy eficaces, y ayudan a la persona a reencontrar su equilibrio y pasar a través de la crisis. El tabaco, el perfume y el fuego se pueden entender como medios para transmitir la fuerza del curandero al que la recibe, usados por alguien no entrenado carecerían de efectos.

Después de unas 4 o 5 horas van bajando los efectos de la pócima y las canciones se van haciendo cada vez más dulces, esta vez sin acompañamiento de percusión, hasta que finalmente se hace el silencio y los participantes se van quedando dormidos.

A la mañana siguiente nos despertamos, tomamos otra vez jugo de tabaco, lo que tiene un profundo efecto de estimulación, y con la mente ya despierta empezamos la ronda de integración. Cada participante comparte con los demás su experiencia, reflexionando sobre lo que ha vivido, las visiones que ha tenido y las sensaciones y emociones que ha sentido. A través de la verbalización se logra integrar intelectualmente los cambios y las intuiciones que se han producido de forma no verbal durante la noche. Bola ayuda a cada uno a encontrar una relación entre lo vivido y el propósito planteado antes de la experiencia. En esta fase se puede apreciar la formación de Bola como psicoterapeuta, las intervenciones que ofrece a cada participante se basan a menudo en conceptos provenientes de la corriente humanista de la psicoterapia: el atender al momento presente, la importancia de la espontaneidad, la sabiduría del cuerpo y de los impulsos instintivos, el potencial sanador dentro de cada uno, la responsabilidad (entendida como capacidad de respuesta hacia el entorno) y la capacidad de elección personales, donde cada uno puede escoger como se va a relacionar con los eventos que sucedan en su percurso vital. En ese sentido Bola desempeña con pericia el papel del facilitador humanista, que se basa en acompañar el proceso de desarrollo de cada uno, facilitando el darse cuenta y la atención consciente del individuo. Se nota también su experiencia y su buen hacer al ver como equilibra sabiamente las intervenciones de apoyo, las que ayudan al sujeto a sentirse amado y le permiten reencontrar su fuerza interior, con las intervenciones de confrontación, donde muestra a la persona con firmeza donde se está engañando y donde está dañando a los demás o a sí misma.

El escuchar a cada persona expresar lo que ha vivido y lo que ha comprendido durante la sesión resulta a menudo sobrecogedor por la profundidad e importancia de lo compartido. Es frecuente que estas sesiones representen un punto de inflexión en la vida del participante, ayudando a resolver conflictos que bloqueaban su capacidad de vivir con plenitud, limpiando viejas heridas que impedían el abrir el corazón a los demás. Las personas aparecen luego con una expresión más abierta, con posturas corporales más relajadas y al mismo tiempo más erguidas y fuertes. La manera de comunicarse con los demás resulta más fluida y sincera,más capaz de transmitir los sentimientos amorosos hacia el otro.

El trabajo con ayahuasca puede tener profundos efectos terapéuticos después de una sola sesión, y al mismo tiempo también es un proceso que se va desarrollando con la práctica y la experiencia, según se va asistiendo a más sesiones. Cada vez se cultiva mejor la capacidad de conectarse con el sentir de cada momento, y de darse cuenta de cuando estamos perdidos en el parloteo de la mente o desconectados del presente, perdidos en recuerdos o en proyecciones sobre el futuro.

Considero el trabajo de Bola muy necesario en una sociedad como la nuestra, en la que tantas personas carecen de una dirección significativa en sus vidas. El tiempo a menudo excesivo dedicado al ciclo producción / consumo, las horas perdidas como espectador pasivo de los medios de comunicación hacen que el individuo se aleje de su esencia como parte integrante y activa de la naturaleza. Al haber perdido el sentido de lo sagrado la persona olvida su relación con las fuerzas primordiales: la tierra, el agua, el fuego y el aire. Gran parte de los síntomas neuróticos que aquejan a nuestra sociedad, las cada vez más frecuentes ansiedades y depresiones, tienen su origen en esta desconexión con lo profundo, esa incapacidad de conectar con lo que existe detrás de la maraña de lo superficial. Los rituales celebrados por Bola ofrecen un camino de reencuentro con lo que somos, pura conciencia, y en ese reencuentro se produce la sanación.

Se oyen muchas críticas al interés occidental por los rituales exóticos, acusando a los buscadores tipo “nueva era” de depredación cultural, de consumo irreflexivo de productos espirituales indígenas. La sociedad de consumo alimenta, sin nunca saciarlo, un apetito voraz de novedades y de experiencias excitantes siempre cambiantes, una tendencia a seguir las modas que no permite un verdadero conocimiento sino que se diluye en la dispersión y en la superficialidad.

Seguramente hay algo de verdad en esas críticas, y al mismo tiempo también hay personas con un deseo sincero de aprender a vivir más despiertas, más felices, y que están dispuestas a esforzarse y perseverar para lograrlo. También hay guias de todas las culturas y tradiciones del mundo que dedican sus vidas a ayudar a los que emprenden ese camino. A veces necesitan adaptar su manera de enseñar a los que provienen de otras culturas distintas a la suya, pero la búsqueda y el camino son los mismos para todos los seres humanos.

Aquí agradezco a todos los que como Bola difunden la sabiduría perenne a través de las fronteras, y celebro este aspecto beneficioso del proceso de globalización que está viviendo nuestro mundo, que permite el encuentro entre las culturas y la expansión de lo que es bueno y útil en ellas. Ojalá lo que aprendamos a través de este proceso sirva para mitigar sus consecuencias destructivas y así logremos hacer de este planeta un lugar más justo, más armonioso y más consciente.

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Comentarios (3)

 

  1. Ale dice:

    Muy interesante este articulo…y de hecho Bola es como lo cuentas…hize con el un trabajo muy interesante…gracias Manuel!

  2. Ignacio dice:

    Hola, estoy interesado en asistir a una ceremonia de medicina, voy a estar en Quito en 5 semanas, hay alguna forma de contactar al Sr. Bola?

    Muchas gracias,
    Ignacio

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