Los psicodélicos y la experiencia religiosa. Por Alan Watts

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Esta es una traducción realizada por mí, sin ánimo de lucro y con el único objetivo de difundir, analizar y discutir la información vertida por Alan Watts en este texto. Cualquier corrección, consejo o sugerencia es bienvenida.

Introducción

A la hora de expresar las experiencias vividas durante el uso de psicodélicos lo habitual es utilizar términos religiosos y por eso aquellos que, como yo, seguimos la tradición del filósofo y psicólogo americano William James[1], solemos interesarnos por la psicología de la religión. He pasado más de 30 años estudiando las causas, las condiciones y las consecuencias de los estados de conciencia en los que el individuo descubre que él mismo es un proceso continuo con Dios, con el Universo, con la esencia del ser o con como quiera que se le llame a esa última y eterna rea
lidad dependiendo del condicionamiento cultural o las preferencias individuales.

No existe en castellano una palabra que defina de manera exacta y satisfactoria una experiencia de este tipo, las expresiones “experiencia religiosa”, “experiencia mística” y “consciencia cósmica” son todas dema

siado vagas y amplias como para hacer referencia al modo de conciencia específico del que hablamos, el cual, para quienes lo han vivido, es tan real y abrumador como lo es el enamorarse.

Este texto describe ese estado de conciencia al que nos referimos tras ser inducido por sustancias psicodélicas, no obstante es virtualmente imposible distinguir una experiencia mística “genuina” de una “inducida”. Además se abordan las objeciones al uso de sustancias psicodélicas, surgidas fundamentalmente del choque de los valores místicos con los valores religiosos y seglares tradicionales de occidente.

Las experiencias psicodélicas

El conseguir alcanzar una experiencia mística mediante el uso de ciertas sustancias es algo que, a todas luces, no se ve con buenos ojos desde occidente donde, históricamente ha habido una profunda fascinación por el valor y las virtudes del individuo visto como un ego individual, auto guiado y que se controla a sí mismo a la vez que controla al mundo que le rodea, todo esto haciendo uso de su conciencia y su voluntad.

Nada, en ese caso, repugna más a dicha tradición cultural que la idea del crecimiento psicológico o espiritual mediante el uso de determinadas sustancias. Una persona “drogada” tiene, por definición, la conciencia aturdida, el juicio nublado y su voluntad anulada. Pero no todos los químicos psicotrópicos (es decir: cambiadores-de-conciencia) son narcóticos o soporíferos como lo son el alcohol, los opiáceos y los barbitúricos. Los efectos de lo que llamamos químicos psicodélicos (es decir: que se manifiestan en la mente) son tan diferentes de los del alcohol como diferente puede ser la risa de la rabia o el disfrute de la depresión. En realidad no hay ningún parecido entre estar “ciego” de LSD o “borracho” de bourbon. Es cierto que nadie en ninguno de esos dos estados debería conducir un coche, pero igualmente ninguno de ellos debería conducir mientras lee un libro, toca el violín o hace el amor. Ciertas actividades creativas y estados de la mente demandan una concentración y devoción que, simplemente es incompatible con conducir por la autopista una máquina capaz de matar fácilmente.


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Yo mismo he experimentado con cinco de los principales psicodélicos: LSD-25, mescalina, psilocibina, dimetiltriptamina (DMT) y cannabis. Esto lo he hecho, al igual que William James probó el óxido nitroso, para ver si dichas sustancias me podrían ayudar a identificar lo que se podría llamar ingredientes “esenciales” o “activos” de la experiencia mística. Debido a que casi toda la literatura clásica sobre el misticismo es vaga, no solo a la hora de describir la experiencia en sí, sino también a la hora de mostrar conexiones racionales entre la experiencia en sí y los varios métodos tradicionales recomendados para inducirla: ayuno, concentración, ejercicios de respiración, rezos, hechizos y/o bailes. Si se le pregunta a un maestro tradicional de Zen o Yoga por qué tal o cual práctica llevan o predisponen al individuo a la experiencia mística, siempre responderá: “Así me lo dio mi maestro. Así es como yo lo encontré. Si de verdad te interesa, prueba tú mismo.”

Esta respuesta es difícil que contente al típico occidental intelectualmente curioso, de mente cientifista y un poco impertinente. Le recuerda a esas recetas arcaicas compuestas por cinco salamandras, una soga con pólvora, tres murciélagos cocidos, un pellizco de fósforo, tres pizcas de beleño negro y un puñado de caca de dragón caída del cielo con luna en piscis. Tal vez funcionaba, pero ¿cuál era el ingrediente esencial?

Por todo ello empecé a pensar sobre si alguno de esos químicos psicodélicos podría de verdad predisponer mi conciencia a una experiencia mística y podría usarlos como instrumentos para el estudio y la descripción de esas experiencias de igual manera que uno usa el microscopio en bacteriología incluso aunque el microscopio es un artilugio “artificial” e “innatural” que puede ser visto como algo que “distorsiona” la visión del ojo. No obstante, cuando el Dr. Keith Ditman me invitó por primera vez para testar las propiedades místicas del LSD-25 en la Clínica Neuropsiquiátrica de la Escuela de Medicina en la UCLA, yo estaba reticente a creer que con un simple químico se pudiera inducir una experiencia mística genuina… en el mejor de los casos podría ocasionar un estado de percepción espiritual comparable a nadar con alas de agua. Y así fue, mi primer experimento con LSD-25 no fue algo místico. Fue algo muy interesante desde el punto de vista de la experiencia estética e intelectual que ponía a prueba hasta el extremo mi capacidad de análisis y de describir con detalle.

Unos meses más tarde, en 1959, volví a probar LSD-25 con los Drs Sterling Bunnell y Michael Agron, asociados por aquel entonces con la Clínica Langley-Porter de San Francisco. Durante el transcurso de los experimentos me sorprendió y también avergonzó un poco el verme pasando por los diferentes estados de conciencia que se correspondían precisamente con todas las descripciones de las grandes experiencias místicas que tantas veces había leído.2 Y más aún, superaron tanto en profundidad como en lo peculiarmente inesperado las tres experiencias “naturales y espontáneas” de esta índole que me habían ocurrido en el pasado.

Mediante los siguientes experimentos con LSD-25 y los demás químicos citados anteriormente (con la excepción del DMT que me pareció entretenido pero relativamente poco interesante), sentí que me podía mover con facilidad al estado de “consciencia cósmica” y llegado el momento ir reduciendo la dependencia de los propios químicos para poder “conectar” con la longitud de onda concreta de esta experiencia. De los cinco psicodélicos que he probado, descubrí que el LSD-25 y el cannabis eran los que mejor se adaptaban a mis necesidades. De estos dos, el cannabis probó ser el mejor, aunque tuve que usarlo en el extranjero, en países donde no está ilegalizado. No conlleva las extrañas alteraciones de la percepción sensorial del LSD y los estudios médicos indican que, excepto en graves excesos, no tiene los peligrosos efectos secundarios de este.

A la hora de describir mis experiencias con sustancias psicodélicas y teniendo en mente los objetivos de este estudio, evitaré las frecuentes e incidentales alteraciones extrañas de la percepción que los químicos psicodélicos pueden inducir. Me interesan, más bien, las alteraciones fundamentales de la conciencia normal, socialmente inducida, sobre nuestra propia existencia y la relación con el mundo exterior. Lo que trato es esbozar los principios básicos de la percepción psicodélica. He de añadir también que hablo solo por mí mismo. La calidad de estas experiencias depende considerablemente de la orientación y actitud hacia la vida que se tuviera de antemano, no obstante, la ahora abundante literatura descriptiva de este tipo de experiencias concuerda bastante notablemente con la mía propia.

En mis experimentos con psicodélicos he encontrado, casi inequívocamente, cuatro características predominantes. Trataré de explicarlas (a sabiendas de que el lector dirá, al menos con la segunda y la tercera: “Pero… ¡si eso es obvio! No hace falta una droga para ver eso”). Puede que así sea, pero todo conocimiento tiene varios niveles de intensidad. Puede estar lo obvio-1 y lo obvio-2, y lo obvio-2 se nos aparece con claridad meridiana, manifestando sus consecuencias en todas las esferas y dimensiones de nuestra existencia.

La primera característica es que “el tiempo se ralentiza”, que nos concentramos en el presente. Disminuye la compulsión de preocuparnos por el futuro que solemos tener, y somos conscientes de la enorme importancia e interés de lo que esté ocurriendo en el momento. Los demás, que van a lo suyo por la calle, parecen un poco locos, parece que no se dan cuenta de que lo único importante en la vida es vivirla plenamente mientras está teniendo lugar. Y por todo ello uno se relaja y se para a estudiar, con todo lujo de detalles, los colores de un vaso de agua, o a escuchar la ahora altamente articulativa vibración de las notas que salen de un oboe o que canta una voz. Desde el punto de vista pragmático de nuestra cultura, dicha actitud es muy nociva para los negocios: puede conducir a la imprevisión, la falta de planificación, una bajada de las ventas de seguros y el abandono de cuentas de ahorro… a pesar de que es ese exactamente el correctivo que necesita nuestra sociedad. Nadie es más inútilmente impráctico que el “exitoso” ejecutivo que pasa toda su vida absorbido por el frenético papeleo con el objetivo de retirarse cómodamente a los 65, cuando ya sea demasiado tarde para todo. Solo aquellos que han cultivado el arte de vivir completamente en el presente pueden de verdad darle uso a planes futuros, porque cuando los planes maduren ellos serán capaces de disfrutar los resultados. “El mañana nunca llega”. Todavía no he oído ni a un solo predicador urgir a su congregación para que practiquen esa parte del Sermón del Monte Calvario que empieza: “No tengas ansia por el futuro…” Lo cierto es que la gente que vive para el futuro está “no del todo ahí” o “aquí” (como se dice también de los locos); por su excesiva ansia se pasan todo el tiempo perdiéndose lo importante. La previsión se paga con ansiedad y el exceso de previsión termina destruyendo todas sus propias ventajas.

A la segunda característica la llamo “percepción de la polaridad”. Esto es darse cuenta de una manera vívida que los estados, las cosas y los eventos que normalmente llamamos opuestos son interdependientes, como pueden serlo “delante y detrás”, o los polos de un imán. Mediante la percepción polar uno ve que las cosas que son explícitamente diferentes son implícitamente una: individualidad y otredad, sujeto y objeto, izquierda y derecha, masculino y femenino… y también, algo más sorprendente, lo sólido y el espacio, la figura y el fondo, el pulso y el intervalo, los santos y los pecadores, la policía y los criminales, quienes son afines a nosotros y quienes no. Cada uno solo es definible en referencia al otro, y van juntos a la hora de funcionar, como el comprar y el vender ya que no puede haber venta sin compra ni compra sin venta. Conforme esta percepción aumenta de intensidad, notas que incluso tú mismo estás polarizado con el universo externo de tal manera que el uno implica al otro. Lo que desde un punto de vista es empujar, desde el otro sería estirar y viceversa (al mover el volante de un coche… ¿estás estirando o empujando?). Al principio es una sensación muy extraña, parecido a cuando escuchas tu propia voz grabada en un sistema electrónico, te sientes confundido y esperas que cambie. De igual manera, sientes que eres algo que está siendo hecho por el universo pero que igualmente el universo es algo que está siendo hecho por ti (lo que es verdad, al menos en un sentido neurológico, ya que es concretamente nuestro cerebro lo que traduzca en luz el sol y las vibraciones del aire en sonido). Normalmente se tiene la sensación de que cuando nos relacionamos con el mundo exterior a veces lo empujamos y a veces somos empujados por él. Mas si los dos son en realidad uno: ¿dónde empieza la acción y dónde yace la responsabilidad? Si es el universo quien o que me está haciendo, ¿cómo puedo saber que, dentro de dos segundos, seguiré sabiendo hablar castellano? Si soy yo quien lo estoy haciendo, ¿cómo puedo estar seguro de que, dentro de dos segundos, mi cerebro sabrá cómo convertir el sol en luz? La experiencia psicodélica puede generar confusión con sensaciones tan poco familiares como esas, puede generar paranoia e incluso terror a pesar de que el individuo está sintiendo su relación con el mundo exactamente como lo describiría un biólogo, ecologista o físico, ya que se está sintiendo a sí mismo como el campo unificado de organismo y ambiente.

La tercera característica, derivada de la segunda, es la “percepción de la relatividad”. Veo que soy un eslabón en una jerarquía infinita de procesos y de seres, desde las moléculas pasando por las bacterias y los insectos hasta los seres humanos y, tal vez, ángeles y dioses, una jerarquía en la que cada nivel es en efecto la misma situación. Por ejemplo: un pobre se preocupa por el dinero mientras que un rico se preocupa por su salud, la preocupación es la misma pero la diferencia está en la substancia o dimensión. Yo entiendo que una mosca de la fruta piense en sí misma como si fuera gente, porque, al igual que nosotros, se ve a sí misma en medio de su propio mundo (con cosas inconmensurablemente más grandes por encima y más pequeñas por abajo). Para nosotros, nos parecen todas iguales y sin personalidad, como nos pasa con los chinos si no hemos vivido entre ellos, no obstante, las moscas de la fruta verán tantas sutiles diferencias entre ellas como nosotros las vemos entre nosotros.

Llegados a ese punto solo falta un pequeño paso para darse cuenta de que todas las formas de vida y de ser son simplemente variaciones de un solo tema: todos somos en realidad un ser haciendo lo mismo de tantas maneras diferentes como sea posible. Ya lo dice el refrán francés: plus ca change, plus c’est la meme chose (cuanto más cambia, más es la misma cosa). Veo también que sentirse amenazado por la inevitabilidad de la muerte es en realidad la misma experiencia que sentirse vivo y veo que puesto que todos los seres están sintiendo eso en todas partes, todos ellos son tan “yo” como yo mismo. No obstante, el sentimiento de “yo”, para poder siquiera ser sentido, siempre debe ser una sensación relativa al “otro” (a algo más allá de su control y experiencia. Para, de cualquier manera posible, poder ser, tiene que empezar y acabar. Pero el salto intelectual que aquí hacen las experiencias místicas y psicodélicas es el de darte la posibilidad de ver que esta miríada de centros de “yo” son tú mismo (estrictamente no tu ego personal y superficialmente consciente sino lo que los hindús llama el paramatman, el Yo de yoes.3 De igual manera que la retina nos permite ver los incontables pulsos de energía como una sola luz, la experiencia mística nos muestra innumerables individuos como un solo Yo.

La cuarta característica es la “percepción de la energía eterna”, a menudo en forma de una intensa luz blanca que parece ser la corriente en tus nervios y a la vez esa misteriosa E que es igual a mc2. Puede esto sonar a megalomanía o delirios de grandeza, pero uno ve claramente que toda la existencia es solo una energía, y que esa energía es el propio ser de cada uno. Por supuesto que existe la muerte como existe la vida, porque la energía es una pulsación, y como las olas tienen que tener crestas y valles, la experiencia de existir debe ir y venir. Básicamente por todo eso, no hay nada por lo que preocuparse porque tu mismo tú eres la energía eterna del universo que juega a esconderse y buscarse (va y viene) consigo misma. Si vamos a la raíz eres una deidad, puesto que dios es todo lo que hay. Citando a Isaías un poco fuera de contexto: “Yo soy el Señor y no hay otro; Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas, El que causa bienestar y crea calamidades, Yo, el SEÑOR, es el que hace todo esto“. Este es el sentido del dogma fundamental del hinduismo, Tat tram asi (Eso – es decir, el ser sutil del cual se compone todo este universo – eres tú). En occidente podemos encontrar un caso clásico de este tipo de experiencia en las memorias de Tennyson:

Desde que era niño he tenido a menudo una experiencia similar al despertar de un trance, cuando estaba totalmente solo. Normalmente esto me ha pasado a base de repetir mi nombre dos o tres veces para mí mismo en silencio, hasta que de golpe, todo, como salido de la intensidad de la conciencia de la individualidad, hasta la individualidad misma parecía disolverse y desvanecerse en un ser sin límites… y no era un estado de confusión, sino de la más nítida claridad, la más firme seguridad, la más extraña rareza, totalmente inenarrable, donde la muerte era casi una imposibilidad risible y la pérdida de personalidad (si es que eso existía) no parecía la extinción sino la única vida auténtica.

Es evidente que las características de esto que yo llamo “experiencia psicodélica” son solo distintos aspectos de un estado de conciencia concreto… simplemente he estado explicando la misma cosa desde ángulos diferentes. Las descripciones tratan de ocultar la realidad de la experiencia pero al hacerlo también dejan entrever algunas inconsistencias entre dicha experiencia y los valores actuales de la sociedad.

Oposición a las sustancias psicodélicas

La oposición a permitir el uso de sustancias psicodélicas tiene su origen en valores tanto religiosos como laicos. Tal vez uno de los motivos de esta oposición sea la dificultad para describir las experiencias psicodélicas en términos religiosos tradicionales. Los occidentales hemos de tomar prestadas palabras como samadhi o moksha de los hindús, o satori o kensho de los japoneses, para describir esa experiencia de unidad con el universo. No tenemos una palabra apropiada para eso porque nuestras teologías judeocristianas nunca aceptarán la idea de que el yo más íntimo de un humano pueda ser identificado con la deidad misma, ni siquiera aunque los cristianos puedan decir que eso ocurriera de verdad en el caso único de Jesucristo. Los judíos y los cristianos piensan en Dios como el gobernador supremo del universo, en términos monárquicos y políticos, el jefe último. Obviamente esto es algo socialmente inaceptable y ridículo desde un punto de vista lógico: el que un individuo particular diga que él, en persona, es el gobernador omnipotente y omnisciente del mundo, avenido a tal honor y reconocimiento.

Este concepto tan imperial y monárquico de la realidad última no es, sin embargo, ni necesario ni universal. Los hindús y los chinos no tienen problemas a la hora de concebir la idea del yo y la de la deidad. Para la mayoría de los asiáticos (sin contar los musulmanes), la deidad mueve y manifiesta el mundo de la misma manera en la que un ciempiés manipula a la vez cien piernas, sin realizar cálculos ni deliberaciones. En otras palabras: conciben el universo haciendo una analogía con un organismo a diferencia de hacerlo con un mecanismo. No lo ven como un artefacto o un constructo bajo la dirección consciente de algún tipo de técnico, ingeniero o arquitecto supremo.

Si, por el contrario, en un contexto de tradición judeocristiana, un individuo declara que él mismo es uno con Dios se le pone la etiqueta de blasfemo (subversivo) o loco. Experiencias místicas como esa suponen una clara amenaza a los conceptos religiosos tradicionales. La tradición judeocristiana tiene una imagen monárquica de Dios, y los monarcas, que gobiernan por la fuerza, temen por encima de todo la insubordinación. Por eso la Iglesia siempre ha desconfiado mucho de los místicos, porque parece que se insubordinen y proclamen su igualdad o, aún peor, su identidad con Dios. Por este motivo John Scotus Erigena y Meister Eckhart fueron condenados por herejía. También es por eso que los cuáqueros enfrentaron grandes obstáculos debido a su doctrina de la Luz Interior, y por su rechazo a descubrir su cabeza en la iglesia o en el juzgado. Unos pocos místicos de tanto en cuanto no está mal, siempre y cuando vigilen su lenguaje, como Sta. Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz, quienes mantuvieron, por así decirlo, una distancia metafísica entre ellos y su Rey celestial. No obstante, nada puede ser más alarmante para la jerarquía eclesiástica que un estallido popular de misticismo ya que esto bien podría llevar a establecer una democracia en el reino de los cielos… esto alarmaría por igual a católicos, judíos y protestantes fundamentalistas.

La visión monárquica de Dios y su desprecio implícito por la insubordinación religiosa tiene un efecto mucho más profundo para muchos cristianos de lo que ellos están dispuestos a reconocer. Los reyes tienen sus tronos pegados a la pared y todos los que se presenten ante ellos en la corte deben postrarse o arrodillarse… porque son posiciones desde las que es muy difícil realizar un ataque por sorpresa. Puede que nunca se le haya ocurrido a los cristianos que al diseñar las iglesias en base al modelo de la corte real (basílicas) y organizar de tal manera el ritual de la misa, insinúan que Dios, como los monarcas humanos, tiene miedo. Esto también se deja entrever en los halagos de los rezos:

“Oh, Señor nuestro, Padre Celestial, Alto y Poderoso, Rey de reyes, Señor de señores, solo Gobernador de príncipes, que desde tu trono miras todos los habitantes de la tierra; De corazón te suplicamos que mires favorablemente a…”

Es por eso que cuando un occidental proclama su conciencia de unidad con Dios o el universo se está oponiendo al concepto de la religión que tiene su sociedad. En la mayoría de las culturas asiáticas, no obstante, a tal individuo se le felicitaría por haber llegado al verdadero secreto de la vida. Por haber llegado, ya sea por casualidad o por alguna disciplina como pueden ser el Yoga o la meditación Zen, al estado de conciencia en el que experimenta directa y vívidamente lo que nuestros propios científicos saben que es verdad en teoría. Porque un ecologista, un biólogo o un físico saben (aunque rara vez sienten) que cada organismo constituye un mismo campo de comportamiento, un mismo proceso, junto con su medio ambiente. No hay manera alguna de separar lo que ningún organismo concreto está haciendo de lo que está haciendo su medio ambiente, es por eso que los ecologistas hablan no de organismos en medio ambientes sino de organismo-medio-ambiente. Por eso las palabras “yo” y “mi/me” deberían de, para decirlo con propiedad, significar lo que el total del universo está haciendo en este “aquí y ahora” concreto al que podemos llamar “Juan Nadie”.

Ese concepto monárquico de Dios hace que la identidad de uno mismo y de Dios, de uno mismo y el universo, sea algo inconcebible en términos religiosos occidentales. Las diferencias existentes entre occidente y oriente en lo que refiere a los conceptos de hombre y de universo se extienden, no obstante, más allá de los conceptos religiosos. Aunque un científico occidental puede percibir de manera racional la idea de organismo-medio-ambiente, no siente de manera ordinaria que eso sea verdad. Ha sido hipnotizado por el condicionamiento social y cultural para que se experimente a sí mismo como un ego, como un centro aislado de conciencia y de voluntad dentro de una bolsa de piel que se enfrenta al mundo externo y extraño. Decimos “vine al mundo”. Pero no hicimos eso ni por asomo. Surgimos de él justo de la misma manera en la que la fruta surge de los árboles. Nuestra galaxia, nuestro cosmos, “humanea” de la misma manera que un árbol “manzanea”.

Una visión como esa del universo choca con la idea de un Dios monarca, con el concepto del ego separado y hasta incluso con la mentalidad laica, atea o agnóstica que desarrolla su sentido común desde la mitología científica del siglo XIX. Según este punto de vista el universo es un mecanismo sin conciencia, y el hombre es una clase de microorganismo que accidentalmente infesta una roca globular diminuta que da vueltas alrededor de una estrella sin importancia en el extremo exterior de una galaxia menor. Esta es una teoría sobre los humanos que los menosprecia y que es tremendamente frecuente entre cuasi-científicos como son: sociólogos, psicólogos y psiquiatras, la mayoría de los cuales siguen pensando el mundo en términos de mecánica newtoniana y que no han llegado a comprender realmente las ideas de Einstein y Bohr, Oppenheimer y Schrodinger. Es por eso que para el clásico psiquiatra institucional, cualquier paciente que muestre la más mínima seña de experiencia mística o religiosa es automáticamente diagnosticado como enajenado. Desde el punto de vista de la religión mecanística, es un hereje y se le aplica terapia de electroshock como si se tratase de una versión moderna del potro o el aplastapulgares. Y, dicho sea de paso, los gobernantes y fuerzas y cuerpos de seguridad consultan precisamente a ese tipo de cuasi-científico para dictar las leyes y las políticas sobre el uso de sustancias psicodélicas.

El ser incapaz de aceptar la experiencia mística supone algo más que un hándicap intelectual. La falta de conciencia de la unidad básica de organismo y medio ambiente es una alucinación que entraña un grave peligro… porque en una civilización dotada de un inmenso poder tecnológico, el sentido de alienación entre hombre y naturaleza lleva al uso de la tecnología con espíritu hostil, a la “conquista” de la naturaleza en lugar de la cooperación inteligente con ella. El resultado es que estamos erosionando y destruyendo nuestro medioambiente, expandiendo la “Los Angelización” en lugar de la civilización. Esta es la mayor amenaza que pende sobre occidente, la cultura tecnológica y ningún razonamiento o profecía apocalíptica parece ayudar. Simplemente no respondemos a las técnicas proféticas y moralizantes de conversión en las que judíos y cristianos siempre han confiado. Pero hay quienes tienen un misterioso sentido de lo que es bueno para ellos (llámalo autocuración inconsciente, instinto de supervivencia, potencial de crecimiento positivo o como quieras). Por todo ello no es de extrañar que exista entre la juventud de cierto nivel cultural un interés sin precedentes sobre la transformación de la conciencia humana. Por todo el mundo occidental hay editoras que venden millones de libros sobre Yoga, Vedanta, Budismo Zen y sobre el misticismo químico de las sustancias psicodélicas; y yo he llegado a creer que toda esta subcultura “hip”, a pesar de estar mal informada en algunas de sus expresiones, es un esfuerzo responsable y serio de los jóvenes para corregir el rumbo autodestructivo de la civilización industrial.

El contenido de las experiencias místicas es, por lo tanto, inconsistente con los conceptos tanto religiosos como seglares del pensamiento tradicional occidental. Más aún, las experiencias místicas a menudo tienen como resultado actitudes que ponen en peligro la autoridad, no solo de las iglesias establecidas sino también de la sociedad seglar. Sin miedo a la muerte y con escasa ambición mundana, aquellos que han vivido experiencias místicas son inmunes a amenazas y promesas. Y más aún, su sentido de la relatividad entre bien y mal levanta sospechas de que carecen de conciencia y respeto por la ley. El uso de los psicodélicos en EE.UU. por la burguesía culta deja de manifiesto que una parte importante de la población es indiferente a las típicas sanciones y recompensas de la sociedad.

En teoría, la existencia dentro de nuestra sociedad seglar de un grupo que no acepta sus valores convencionales no supone un problema desde un aspecto político. Pero uno de los mayores problemas de EE.UU., a nivel legal y político, es que nunca han sido tan valientes como sus convicciones. Es una república fundada en el maravillosamente sensato principio de que una comunidad de humanos solo puede existir y prosperar en base a la confianza mutua. A nivel metafísico, la Revolución Americana fue el rechazo al dogma del Pecado Original, del dogma según el cual al no poder confiar en ti mismo o en los demás, debe haber alguna Autoridad Superior que nos tenga a todos a raya. Se rechazaba ese dogma porque: si es cierto que no podemos confiar en nosotros mismos ni en otros, se deduce que no podemos confiar en la Autoridad Superior que nosotros mismos concebimos y obedecemos, y que la idea misma de nuestra “inconfiabilidad” ¡no es de fiar en sí misma!.

Los ciudadanos de EE.UU. creen, o se supone que creen, que una república es la mejor manera de gobierno. Sin embargo, intentar ser republicano en política y monárquico en religión es fuente de mucha confusión. ¿Cómo puede ser una república la mejor forma de gobierno si el universo, el cielo y el infierno son una monarquía? Es por ello que, a pesar de la teoría del gobierno por mutuo acuerdo, basado en la confianza mutua, las gentes de EE.UU. conservan de los orígenes autoritarios religiosos y nacionales, una fe amargamente ingenua en las leyes como alguna especie de poder paternalista y sobrenatural. “¡Eso no puede ser legal!”. Nuestros agentes de la ley se ven, por lo tanto, confusos, desconcertados y torpes (huelga decir corruptos) a la hora de hacer cumplir suntuosas leyes, a menudo de origen eclesiástico, a las cuales una gran cantidad de gente no tiene intención de obedecer y que, en algunos casos, son tremendamente difícil de hacer cumplir, cuando no directamente imposible (como el hacer desaparecer algo tan indetectable como es el LSD-25 del mercado americano e internacional).

Para finalizar, hay dos objeciones concretas a la hora de usar sustancias psicodélicas. Primero: su uso puede ser peligroso. No obstante, toda exploración que se precie es peligrosa: escalar una montaña, un vuelo experimental, viajar al espacio exterior, bucear o recoger especies botánicas en la jungla. Pero si valoras el conocimiento y el auténtico placer de la exploración más que la mera duración de una vida sin sobresaltos, correrás gustoso tales riesgos. No es que sea algo realmente sano para los monjes el practicar el ayuno, y no es que fuera muy bueno para Jesús el hacer que lo crucificasen, pero esos son riesgos que se corren en el curso de las aventuras espirituales. Hoy, los jóvenes aventureros corren riesgos al explorar la psique, poniendo a prueba su temple con esta tarea de igual manera que se han puesto a prueba en el pasado, de manera más violenta, en la caza, los duelos, las carreras de bólidos o el fútbol. Lo que necesitan no son prohibiciones y policías sino los mejores y más inteligentes consejos y ánimos que se les pueda dar.

Segundo: el uso de ciertas sustancias puede ser criticado como una manera de escapar de la realidad. Sin embargo, esta crítica da por sentado, de manera injusta, que las experiencias místicas en sí son escapistas o irreales. El LSD en concreto no es, ni por asomo, un escape cómodo y suave de la realidad. Fácilmente puede ser una experiencia en la que tengas que poner a prueba tu alma contra todos los demonios del infierno. En mi caso, algunas veces ha sido una experiencia en la que de repente me hallaba totalmente perdido en las profundidades de mi mente y a pesar de eso, relataba esa misma sensación de perdición con el orden lógico y exacto del lenguaje, muy cuerdo y muy loco a la vez. Pero más allá de estos episodios de perdición y locura, hay experiencias del mundo como un sistema en total gloria y harmonía, y la disciplina de relatarlo usando el orden y la lógica del lenguaje tiene que, de alguna manera, explicar cómo, lo que William Blake llamaba “la energía que es goce eterno” puede consistir de la miseria y el sufrimiento del día a día.

Es por esta intención indudablemente mística y religiosa de la mayoría de quienes toman psicodélicos que, a pesar de que algunas de esas sustancias pueden demostrarse nocivas para la salud física, es necesario que el uso libre y responsable de esas sustancias esté exento de restricciones legales en cualquier república que mantenga una separación constitucional entre iglesia y estado. La constitución debería proteger a los usuarios de estas sustancias en la medida en que las experiencias místicas forman parte de la tradición de involucrarse de manera genuina en la religión, y en la medida en que los psicodélicos inducen dicha experiencia. Igualmente, en lo que respecta a la investigación en la psicología de la religión y los estudios de la mente, estas sustancias deberían poder usarse. Según las leyes actuales, yo, a pesar de ser un experimentado estudiante de la psicología de la religión no puedo seguir la investigación en este campo. Esta es una restricción bárbara sobre la libertad espiritual e intelectual que sugiere que el sistema legal de los EE.UU. está, después de todo, aliado de manera sucinta con la teoría monárquica del universo y que, por ende, prohibirá y perseguirá las ideas y prácticas religiosas basadas en una visión orgánica y unitaria del universo.

[1] Véase James W., The Varieties of Religious Experience (1902). Véase también: William James en Wikipedia

Fuente: http://enlamentedeundemente.tumblr.com/

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