Los Simpson y las drogas: el lado psicoactivo de Springfield

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(Tiempo estimado de lectura: 8 minutos)

Os invito a explorar un aspecto poco comentado de la gente que habita Springfield y de su pasión por las drogas, legales e ilegales. Exploraremos los secretos más ocultos y psicoactivos de esta familia y los de su entorno familiar, social y laboral.

No hay serie en televisión con tantas referencias psicoactivas. Y es de rigor que empecemos comentando algunas de las muchas referencias cannábicas que contiene.

Marihuana

En Springfield el cannabis está, desde sus orígenes, muy presente. No es de extrañar, dado que el fundador del pueblo, el ilustre Jebbediah Springfield, cuando llegó a los terrenos que luego constituirían la ciudad, se dirigió así a los colonos que le seguían: “En este lugar construiremos una nueva ciudad, donde podremos celebrar nuestros cultos libremente, gobernar justamente, y cultivar vastos campos de cáñamo para fabricar sogas y sábanas”. Muchas son las muestras de la tradición cannábica de Springfield. Tenemos constancia, por ejemplo, de que el alcalde Quimby, en un armario de su despacho oficial, tiene una planta de marihuana a la que hemos visto regar a escondidas. Al conductor de autobús, Otto, la chaqueta le huele permanentemente a hierba. El director del colegio, Skinner, reconoció en un episodio: “En Vietnam olí bastante humo de marihuana”. La policía de Springfield no se escapa de inhalar cannabis: en un episodio en el que efectúan una redada contra un ciego que consume marihuana medicinal, toda la policía, empezando por el jefe Wiggum, acaban en casa del ciego, con los otros polis, fumando porros, y bailando al son de Bob Marley. Y eso pese a que el museo de la Policía en Springfield incluye en una de sus secciones un ejemplo de fiesta hippy con figuras de cera, donde podemos ver jóvenes con melenas escuchando música, fumando hierba y metiendo bebés en el horno, conforme una vieja leyenda urbana antidrogas.

Pero si centramos la atención en nuestra familia preferida, los Simpson, veremos que también allí está presente la afición cannábica. Vimos a Homer y a Marge, de jóvenes, en fiestas donde se usaban bongs. Incluso hay motivos más que fundados para sospechar que cultivan marihuana. En un episodio, Lisa, disgustada porque unos promotores quieren cortar un árbol centenario, se presenta un día en el comedor de casa, donde Homer, Bart y Marge están comiendo, y dice, refiriéndose a su cruzada ecologista: “Ya estoy harta! ¡Voy a hacer algo!”, y sale de casa. Homer, asustado, le dice a Marge: “¡Va a denunciarnos porque cultivamos maría!”, a lo que Marge, enfadada, le contesta: “¡Homer! ¡Nosotros no cultivamos maría!”. Entonces Homer, un poco paranoico, mira a un lado y a otro y dice: “¡Ah, sí, es verdad! ¡No cultivamos maría!”, con tono de disimulo. Este cultivo clandestino explicaría los viajes a Holanda que, según otro episodio, hace Homer de tanto en tanto, si bien se da a entender que en realidad su vicio secreto son los tulipanes, cuando es sorprendido por una cámara de seguridad cuando los devora compulsivamente escondido en el lavabo.

En varías ocasiones los guionistas se burlan de la pretendida nocividad del cannabis. En una ocasión, el señor Burns rememora que en su juventud se infiltró en Greenpeace para poder denunciarles a la policía. Al desenmascarar sus planes, mientras los verdes son detenidos, les muestra un bong y confiesa: “Ja, ja… Y tenéis que saber que durante todo este tiempo sólo he fumado inofensivo tabaco”. En otro momento, en una película de McBain, se muestra una reunión de mafiosos, donde el capo di tutti li capi presenta a sus colegas una nueva droga de diseño, irresistible, que van a lanzar al mercado negro, y dice de ella, para estupefacción del resto de capos, que es “diez veces más adictiva que la marihuana”.

Y la parodia adopta aires de profecía cuando en un capítulo de la serie vemos que, en el futuro, Lisa se ha convertido en presidenta de Estados Unidos. Bart, que se ha convertido en una especie de posthippy reciclado y bueno para nada, le pide: “Legalízala de una vez…”, y Lisa concede.

Homer y los estados alterados de conciencia

No es sólo la marihuana. Homer siente atracción irresistible hacia los estados alterados de conciencia. Y no me refiero sólo a la combinación narcótica de cerveza Duff, sillón y televisión quemaneuronas, que por si sola daría para otro artículo, sino a experiencias psicodélicas y místicas. “¡Drogas! Conocen mis debilidades”, dice Homer cuando unos isleños del pacífico le preparan un té con hierbas. Es en esa misma isla donde se aficiona a lamer sapos alucinógenos, que le dilatan las pupilas y le inducen un estado contemplativo. Esos isleños, acostumbrados a vivir entre drogas, sucumbirán en cambio a las tentaciones del alcohol que Homer introduce en la isla, y que hasta entonces desconocían. Les vuelve violentos, adictos y asoclales.

Por otra parte, uno de los más elaborados viajes místicos que aparecen en la serie es el que tiene lugar cuando Homer, en la Fiesta Nacional del Chile, degusta unos explosivos chiles picantes de manicomio guatemalteco. Transportado de inmediato a un paisaje psicodélico, Homer inicia un viaje chamánico. Se le aparece una tortuga, su animal totémico, que lleva escrito en el caparazón: “Sígueme”. Homer se impacienta siguiendo un animal tan lento, y acaba acelerando el viaje de la tortuga con un tremendo patadón que la manda por los aires.

Homer como narcotraficante

Al margen de sus experiencias con drogas, legales e ilegales, Homer es a menudo quien, de manera activa, contribuye a difundir las sustancias psicoactivas entre los ciudadanos de Springfield. No podemos olvidar un gran invento de Homer, el “tomaco”, el resultado de mezclar semillas de tomate y tabaco en una misma plantación y abonarla con residuos radioactivos. El resultado fueron unos tomates que contienen nicotina y que resultan tremendamente adictivos para quien los prueba una sola vez, tanto que las grandes multinacionales farmacéuticas pugnan por robarle la patente genética. En otro momento mezcla una cosecha de peyote que sus primos cultivaban para su autoconsumo con unos zumos de fruta que se distribuyen por la ciudad. Resultado: todo Springfield tiene experiencias alucinógenas.

Homer es también el inventor de un cóctel tremendamente adictivo, el “flameado de Moe”, cuyo ingrediente secreto es “jarabe no narcótico para la tos, marca Krusty”. Dado que el componente tradicional de los antitusígenos no narcóticos es el dextrometorfano, lo que el celebre cóctel provoca es el conocido coloque por DXM. Aunque, dado que el jarabe es de la marca Krusty, bien conocida por su publicidad engañosa, bien podría tratarse de codeína, un opiáceo presente en jarabes para la tos. En otro episodio, Homer y su padre se convierten en distribuidores de una sustancia afrodisíaca, fabricada clandestinamente en una bañera, y que deja la Viagra en mantillas. La gente les quita de las manos la sustancia hasta que empiezan los problemas con la ley.

Pero cuando de manera más directa se enfrenta Homer a la Prohibición es cuando se convierte en traficante de bebidas alcohólicas, en el momento en que, rescatando una vieja ley del pasado, Springfield adopta la “ley seca”. Homer entonces se convierte en un adalid de la libertad de emborracharse y se dedica a distribuir alcohol de contrabando, arriesgándose a sufrir la pena que la ley impone en estos casos: ser expulsado del pueblo mediante una gran catapulta, una ley no demasiado más absurda que nuestras actuales legislaciones antidroga.

Marge y sus coloques

Marge no se queda atrás en cuanto a conductas adictivas. La hemos visto beoda en varias ocasiones, así como víctima de la ludopatía cuando se legaliza el juego en Springfield. Cuando los servicios sociales se les llevan a los críos, tras pasar un test de drogas da positivo de crack y PCP. Ella afirma que se trata de un error y afirma ser adicta sólo al amor a su hijo e hijas (“Love for my Son and Daughters”), y dice: “Sí, sólo necesito un poco de LSD”. Corresponde claramente a un viaje por ácido la experiencia de Marge en la cocina al beber un vaso de agua contaminada durante una pugna entre vecinos en Springfield. La cocina empieza a derretirse ante sus ojos y los electrodomésticos parecen cobrar vida. Marge, reconociendo la experiencia, exclama, entusiasmada: “¡Oh. las paredes se están fundiendo otra vez!”

Los pequeños de la casa: Bart, Lisa y Maggie

De la pequeña Maggie sólo conocemos una adicción, su chupete. Eso sí, el episodio donde más activa se la ha visto ha sido precisamente cuando lideró una rebelión de alumnos en la hiperestricta guardería donde requisaban los chupetes a los críos, para que no dependieran de ellos.

Lisa, durante un viaje al parque de atracciones de la cerveza Duff echa un trago del agua por la que están navegando en una atracción, lo que le hace perder del todo la conciencia, entra en un estado de delirio etílico durante el que ve danzar elefantes rosas, en una parodia de la escena de Dumbo en que el elefante y el ratón se emborrachan, y se cree la reina de los lagartos. Por otra parte, sabemos que durante una experiencia en un tanque de aislamiento sensorial experimentó intensas alucinaciones.

Bart, por supuesto, no se queda corto, y en alguna ocasión ha bebido más de la cuenta. Es por culpa de que las cámaras de televisión le filman borracho que la sociedad de Springfield se ve en la obligación de restaurar la “ley seca”. En otra ocasión, Bart y Milhouse se atreven a probar el “Fresisuis especial”, sólo azúcar, del badulaque de Apu, y sufren una sobredosis de glucosa que los vuelve hiperactivos.

¿Es eso todo?

En absoluto, la lista de referencias es interminable. Krusty se declara por dos veces adicto al Percodan. El señor Burns está encantado con sus pastillas contra el dolor que tienen por nombre Te Daré Amor, y en otro episodio se declara adicto a la morfina. El abuelo Simpson vende las pastillas que debe tomarse a adictos necesitados. Durante todo un episodio Bart aparece bajo los efectos del Focusyn, una parodia del Ritalin, un fármaco profusamente recetado por los médicos para tratar a niños hiperactivos, pues favorece su capacidad de concentración. Barney, el borrachín del pueblo, se bebe en un episodio el contenido de dardos tranquilizadores para animales. Los doctores inhalan sus propios anestésicos. El dentista comparte el ácido nitroso con toda la familia Simpson y acaban todos el episodio con la risa tonta. Y podríamos seguir y seguir si no fuera porque el espacio de este artículo es limitado.

Conclusión

Los Simpson, es sabido, son una imagen deformada de la sociedad norteamericana y, por ende, de la nuestra. Al igual que se satirizan en sus episodios prejuicios como la homofobia, el fanatismo o la pasión por las armas de fuego, se parodian también las percepciones, los miedos y los deseos ocultos que las drogas provocan en la sociedad. Lo que hace tan real a Springfield es que las drogas y lo psicoactivo existen y, por tanto, se muestran. Por contraste con el mundo triunfante de lo políticamente correcto, donde las drogas no existen y donde nadie necesita colocarse, Los Simpson equivalen a un soplo de aire fresco. Tal y como comenté al principio, desafío a los lectores a encontrar un producto televisivo destinado al consumo familiar y ampliamente seguido por niños, jóvenes y adultos, que contenga tal cantidad de referencias al mundo de las drogas y que plantee cuestiones referidas a la Prohibición con la causticidad con que lo hace ésta. Colegas, os espero en el bar de Moe.

JORDI CEBRIÃN para la revista Cáñamo

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Comentarios (1)

 

  1. BiTQuiQue dice:

    ¡Buenísimo!

    Allá nos veremos en el Bar de Moe…

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