Ayahuasca: la pócima de moda

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Este brebaje de plantas amazónicas provoca un potente viaje sensorial. Su ingesta es cada vez más común en España. ‘El País Semanal’ se cuela en un ritual chamánico.
LA AYAHUASCA, una decocción de plantas amazónicas que poblaciones indígenas de Sudamérica han utilizado durante siglos con fines médicos y espirituales, se ha hecho un hueco en España. No hay estadísticas oficiales, pero El País Semanal ha comprobado que más de un centenar de maestros dirigen sesiones en las que se consume este psicoactivo. Quienes lo prueban buscan una herramienta de autoconocimiento, un antídoto contra bloqueos emocionales, estados de ansiedad o adicciones. Los maestros realizan ceremonias en plena naturaleza o en la ciudad; en masías, centros de meditación o pisos, y cobran por ellas entre 90 y 300 euros. Decenas de páginas web informan de retiros para la limpieza del alma. El boca a boca está haciendo el resto.

En paralelo, científicos de todo el mundo especulan con el potencial terapéutico de su principio activo, la dimetiltriptamina (DMT), una sustancia potente —y de riesgo si no se siguen ciertos protocolos— que podría servir para tratar la depresión mayor, la que se resiste a los tratamientos convencionales y que sufren millones de personas en todo el mundo. El pasado 15 de junio, la revista Psychological Medicine, editada por la Universidad de Cambridge, publicó los resultados de un estudio de la Universidade Federal de Rio Grande do Norte (Brasil): pacientes con depresión severa y sin antecedentes psicóticos mejoraron su autoestima y redujeron la intensidad de su tristeza tras ingerir DMT.

Fotografía: CARLOS SPOTTORNO

“España está a la cabeza en el consumo de ayahuasca en Europa. Cuando salió de la selva, fue el primer país al que llegó. Ahora lo más sensato sería acreditar a profesionales, fundamentalmente psiquiatras, para que pudieran desarrollar con la DMT sesiones en las que trataran algunas enfermedades mentales”, afirma José Carlos Bouso, psicofarmacólogo del International Center for Ethnobotanical Education, Research & Service (ICEERS), institución con sede en Barcelona que estudia integrar esta y otras plantas en la medicina occidental.

Cada vez más personas, la mayoría de entre 35 y 60 años, consumen esta sustancia. Entre ellas hay administrativos, terapeutas, profesores, economistas, músicos, periodistas, empresarios, trabajadores sociales… No lo suelen contar en su entorno laboral ni alardear de los resultados. La planta o la cocción que contiene DMT no están fiscalizadas por los convenios internacionales sobre drogas, pero el principio activo sí. Aunque pocos países la han prohibido explícitamente —en nuestro entorno, solo Francia—, la ayahuasca se encuentra en un limbo legal que crea confusión e inseguridad.

Principios del pasado mes de julio en una casa perdida en la sierra de Gredos. Un grupo de personas espera la llegada de Pio Vucetich (Perú, 1956). Este mestizo de ojos claros y hablar calmado, conocido por sus partidarios como el hombre-puente, ha ayudado a abordar la experiencia con ayahuasca a cientos de personas. Dice que estudió psicología y medicina tradicional, que tiene una clínica en la Amazonía y que lleva más de una década viajando por el mundo para guiar ceremonias. “En España solo el 5% de los chamanes que dan esta planta están preparados. Por eso surgen problemas. La planta abre la mente, pero abrir no es curar. Hay que aprovechar esa apertura para lograr la reconexión de una forma segura”, comenta mientras se prepara para recibir a los participantes del retiro.

Entre ellos están Ramón, de unos 50 años, que quiere dejar su adicción al hachís; Juan, un programador informático que necesita solucionar un conflicto profundo con sus padres; una chica alemana que prefiere no dar su nombre y que ha acudido porque le han dicho que Vucetich es el chamán más fiable; un padre y su hijo llegados desde un pueblo de la costa mediterránea, y Javier, un profesor universitario que vivió una depresión hace años y que usa la ayahuasca cada cierto tiempo para “recolocarse”.

En una charla previa, Vucetich les explica que la ayahuasca no es una sustancia sagrada: “Los contenidos durante la experiencia los pones tú, no la planta”. Vucetich les habla de una limpieza previa a base de otras plantas selváticas, de los “arquetipos animales” que podrán sentir durante la ceremonia (bisontes, conejos, lobos, pumas, elefantes, insectos, serpientes…), de la hipersensibilidad, vibraciones y viajes al pasado que podrían experimentar… “En el ritual, la clave es soplar (expulsar lo malo) y absorber (integrar lo bueno). Si aparecen insectos o los sentís, hay que soplarlos, porque son bloqueos, miedos, culpas…”.

Es mediodía y llega el momento de la limpieza. Se hace 24 horas antes de la ingesta de la ayahuasca. Cada uno de los asistentes tiene un bol grande de agua templada y un vaso con una cocción de plantas limpiadoras. Una semana antes han dejado de ingerir grasas animales, queso, alcohol, carne. El brebaje empieza a hacer efecto a los 10 minutos. Los asistentes vomitan un líquido de tono amarillento. Unos se quedan pronto vacíos, otros un poco mareados. Vucetich les dice que el cuerpo tiene que estar listo para recibir la ayahuasca. Al día siguiente, algunos le cuentan que han tenido pesadillas o insomnio. A partir de ese momento se alimentarán de ensaladas, guisos con pollo, vegetales sin sal y fruta.

Al anochecer, todos se reúnen en una pequeña explanada para tomar la ayahuasca. Se tumban sobre colchonetas de yoga. “No os asustéis de lo que veáis. No importa si os levantáis, lloráis o bailáis. Yo estoy aquí para interpretarlo todo y ayudaros”, les dice el gurú. Vucetich inicia la ceremonia con unos cantos indígenas. Nerea, que participa en ella por tercera vez, la describe así: “El subidón comienza cuando han pasado entre 20 y 40 minutos. Coincide con el aumento en la intensidad de los cánticos. Pio introduce chistes y comentarios jocosos en las primeras fases. Aparecen patrones brillantes y vibrantes, notas las energías, un zumbido en los oídos que te advierte de que los efectos más potentes están a punto de llegar. De repente llegan las visiones, accedes a recuerdos olvidados, aparecen dolores, miedos, tensiones… Si respiras lento y te dejas llevar por el guía, todo irá bien. Es una planta poderosa, a la que hay que tener respeto. Es como un espejo interior de uno mismo, en el que afloran tus conflictos, belleza, miedos y bondades”.

Javier tiene 52 años y es profesor universitario. Hace cinco años fue a una charla de Vucetich en el Centro Conde Duque de Madrid y quedó impresionado. “Sufría depresión y era un alcohólico social sin saberlo. En la toma lo pasé mal, lloraba, buscaba momentos de soledad y me pareció una experiencia dura. Aquel brebaje sabía fatal. Sentí que echaba una cucaracha azul. Luego llegaron sensaciones más corporales, capas de luces que me protegían y mucha paz. El guía te da pistas de cómo actuar. Cuando volví a mi rutina me sentí más equilibrado. No es una panacea ni lo mejor del mundo, pero su potencial es inimaginable”.

Pero la moda de la ayahuasca tiene otra cara. El ­psicofarmacólogo José Carlos Bouso advierte: “Estamos detectando problemas tras las tomas. Hay gente que se acerca a la sustancia sin información y con chamanes que no están suficientemente formados ni informan al usuario de que la ayahuasca altera el pensamiento y la percepción. Puede producir ansiedad o sensación de pérdida del control. Hay que saber enfrentarte a tu realidad tras la experiencia”. La mayor parte de las preguntas que llegan al área de asistencia del ICEERS tienen que ver con ese momento de después. “Algunas personas perciben la experiencia como traumática. No saben qué hacer para manejar cambios importantes en su forma de pensar”, explica Marc Aixalà, responsable de ese servicio de asesoramiento. Entre 2015 y 2016, los últimos años con datos registrados, más de 200 personas solicitaron ayuda, un 40% por haber sufrido efectos adversos. “Y cada año hay más”, concluye Aixalà.

Hay personas que se quedan encalladas en lo que vivieron durante la ingesta del brebaje. Otras se quejan porque no se han sentido apoyadas por el guía del ­taller. Y también existen casos en los que la experiencia provoca miedo o paranoia. “Hay que ser muy cauteloso si se sufre un trastorno mental previo. No se puede bromear con esta sustancia. Si uno está en paro, con problemas familiares y algún trastorno, puede que la experiencia no salga bien”, explica el investigador del ICEERS.

Existen psicoterapeutas que hacen talleres de ayahuasca porque ven en ella complementos perfectos de las terapias convencionales. Y hay pacientes que acuden a su psicólogo o psiquiatra preguntando por la planta. “En Estados Unidos existen hospitales de élite que han incorporado chamanes, expertos en medicina china o ayurvédica a sus equipos como personal de refuerzo”, afirma Pio Vucetich, quien dice estar convencido del potencial de la planta para tratar cualquier tipo de adicción. “Si cada centro de rehabilitación occidental contratase a un chamán, el problema de las adicciones se resolvería y además con un coste muy bajo. En cuatro sesiones, la persona llega a la conclusión de que debe dejar su adicción”.

En España hay distintas tradiciones de ayahuasqueros. Están los chamanes tradicionales —formados en Sudamérica o venidos de allí—, que entienden la ceremonia como una cosmovisión espiritual. Los hay de la Iglesia del Santo Daime, religión reconocida en países como Brasil, en la que la ayahuasca es un sacramento. Existen los neochamánicos, occidentales formados en la tradición indígena, que hacen sus rituales vinculados al budismo, el yoga o la Gestalt. Y por último encontramos a los investigadores que piensan que la ayahuasca puede ser un catalizador de experiencias para la resolución de trastornos en un entorno clínico. “En Europa”, explica Marc Aixalà, “hay mucha gente buscando otro camino. Como cualquier herramienta, entraña un riesgo. Un cuchillo también es una herramienta: puede servir para hacer daño a otra persona o para resolver una apendicitis”.

Oriol, un director comercial de 47 años, fue uno de los pioneros en probar esta droga. Lo hizo hace 18 años. Antes había tomado otras, como éxtasis, LSD o cannabis. Ha estado con 12 o 13 chamanes. En la primera toma se asustó: “Sentí que mi cabeza estaba llena de petróleo, que de ella salía una calavera rosa fucsia. Lo bueno es que en todo momento sabía dónde estaba. Luego el guía me explicó que la planta limpia las lagunas que dejan las drogas, que lo mío fue un proceso de limpieza de toda la mierda que me había metido. Tenía un conflicto con mi padre y tras la experiencia me sentí más seguro, con más ganas de construir. Ahora que tiene 74 años y párkinson, he decidido cuidarle”.

El hombre-puente Pio Vucetich tomó por primera vez ayahuasca siendo veinteañero. “Cuando determinados meridianos se bloquean, estamos predispuestos a enfermar. Lo que hace la planta es desbloquearlos”.

Alberto Gayo

Fuente: EL PAIS


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