CRISTIANISMO Y ENTEOGENOS

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(Tiempo estimado de lectura: 7 minutos)

Por: José Alfredo Gonzalez Celdrán.

Licenciado en Filología Clásica.

La moderna investigación sobre los usus antropológicamente reconocibles de diversas plantas psicoactivas ha establecido la innegable presencia de diversos enteógenos dentro de los rituales religiosos de las más variadas culturas. Fueron hongos psilocibios en Mesoamérica, Amanita muscaria en el Viejo Mundo y Norteamérica, ayahuasca en la Amazonia, y otros muchos ejemplos que reporta la bibliografía existente y que confirma la tesis de que las plantas con potencial psicoactivo fueron utilizadas desde muy antiguo para establecer contacto con el reino de lo divino, con los dioses o los espíritus ancestrales de cada pueblo; en suma, con la parte más trascendente de sí mismos.

Sin embargo, lo que científicamente es un hecho contrastado para casi cualquier religión, no lo es tanto para las así llamadas Religiones del Libro: Cristianismo, Judaísmo e Islamismo, y la razón no es otra que la fe, una fe al margen de todo procedimiento científico. Cristianos, judíos y musulmanes creen en un ser inmanente a la creación, que la contiene y a la vez está por encima de ella, al que llaman Dios. Este Dios es a la vez un creador y un legislador, y la contemplación de su divinidad se halla terminantemente prohibida; es más, la contemplación de siquiera un atisbo de su divinidad, como le ocurrió a Moisés, depende única y exclusivamente de Su voluntad, nunca de la voluntad de Sus siervos. Es así que todo esfuerzo de los hombres por comunicarse con Dios es vano, ya que Dios elige a sus comunicandos y el momento en que más le place establecer la comunicación.

La moderna investigación sobre los usus antropológicamente reconocibles de diversas plantas psicoactivas ha establecido la innegable presencia de diversos enteógenos dentro de los rituales religiosos de las más variadas culturas. Fueron hongos psilocibios en Mesoamérica, Amanita muscaria en el Viejo Mundo y Norteamérica, ayahuasca en la Amazonia, y otros muchos ejemplos que reporta la bibliografía existente y que confirma la tesis de que las plantas con potencial psicoactivo fueron utilizadas desde muy antiguo para establecer contacto con el reino de lo divino, con los dioses o los espíritus ancestrales de cada pueblo; en suma, con la parte más trascendente de sí mismos. Sin embargo, lo que científicamente es un hecho contrastado para casi cualquier religión, no lo es tanto para las así llamadas Religiones del Libro: Cristianismo, Judaísmo e Islamismo, y la razón no es otra que la fe, una fe al margen de todo procedimiento científico. Cristianos, judíos y musulmanes creen en un ser inmanente a la creación, que la contiene y a la vez está por encima de ella, al que llaman Dios. Este Dios es a la vez un creador y un legislador, y la contemplación de su divinidad se halla terminantemente prohibida; es más, la contemplación de siquiera un atisbo de su divinidad, como le ocurrió a Moisés, depende única y exclusivamente de Su voluntad, nunca de la voluntad de Sus siervos. Es así que todo esfuerzo de los hombres por comunicarse con Dios es vano, ya que Dios elige a sus comunicandos y el momento en que más le place establecer la comunicación.

Esta convicción teológica cierra el camino a la voluntariedad de la experiencia mística, que se constitutye así en un arrebato sublime proporcionado por Dios isn que el afectado pueda ni siquiera rechazar la experiencia que se le ofrece, puede que muy a pesar suyo. Dios es, pues, una especie de benevolente tirano que no consiente a nadie abrir las puertas de su casa. Pero esto es justo lo contrario de lo que otros pueblos creen con respecto a sus dioses o espíritus, con quienes contactan a voluntad gracias al uso de una sustancia o práctica enteogénica, de manera que las puertas de estos dioses se hallan sencillamente abiertas para todo aquél que quiera atravesarlas.

Por lo que atañe a nosotros, hombres y mujeres de Occidente, la negativa a aceptar la posibilidad de Dios por vía experiencial, y no sólo por la fe, parece en realidad una cuestión de dogma legal más que de esencia propia del Cristianismo. El primer Cristianismo, aquél más próximo a los años de Jesús, tenía el evidente carácter de una religión mistérica, igual que otras corrientes religiosas de la Europa de aquellos años, como los misterios de Mitra, de Isis, los Órficos o los de Eleusis. En ellas se ofrecía al iniciado la posibilidad de comprender desde dentro a su dios mediante una comunicación con él que solía implicar la ingesta de un enteógeno determinado, es decir, la predisposición espiritual y química del individuo para el trance místico. De este modo, los iniciados y participantes de cada creo no aceptabn por la mera fe las verdades que se le ofrecían, sino que saboreaban esa verdad por sí mismos, y finalizaban su experiencia no con la confianza (tal es el significado de la palabra fe) en la existencia de un dios, sino con la certeza de la existencia de ese dios o de esa vivencia espiritual.

Los estudios de diversos autores (Ruck, Staples, Samorini, Heinrich…) plantean con argumentaciones poderosas que sin duda los primeros cristianos debieron tener esa posibilidad de comunión completa con su Dios-Jesús gracias a la utilización de algún enteógeno, presumiblemente ciertas variedades de hongos, y esta tesis viene apoyada, se quiera o no, con la propia iconografía religiosa. Mencionaré el más famoso de los ejemplos, aquél que todo aficionado al estudio de los enteógenos conoce sin la menor duda: la pequeña capilla de Plaincourault, en Francia, muestra a todo aquél que quiera visitarla un fresco, a la derecha del altar, en el que Adán y Eva se hallan respectivamente a la izquierda y derecha del Árbol del Conocimiento del Jardín del Edén. Pero este árbol no e sun árbol cualquiera, y mucho menos el manzano que, a pesar d eno figurar en el texto bíblico, todos hemos creído siempre que era. Se trata de un enorme ejemplar del hongo enteogénico Amanita muscaria, de cuyo tronco brotan ramas que, a su vez, son pequeñas amanitas. Los investigadores no enteogénicos tenderán a ver en el sombrero del hongo rojo con puntos blancos una representación del cielo estrellado o cualquier otro concepto que omita una referencia a la posibilidad de que lo enteógenos pudieran alterar su consciencia voluntariamente para conectar con el inaccesible Dios de los dogmas. Pero el ojo inocente del observador desprovisto de prejuicios sólo verá un hongo, y se preguntará qué hace ese hongo ahí, en un contexto religioso y decorando el altar mayor de una iglesia, es decir, el lugar donde se ejecuta la ceremonia del sacramento eucarístico, donde los fieles reciben a Dios después de ingerir un trozo de pan, ni siquiera el vino que los evangelios prescriben como necesario para la correcta rememoración de la Última Cena, quizá porque el vino es un alterador de conciencia y el prejuicio dogmático prohibe la presencia de un alterador de ningún tipo durante el sagrado acto. El pan es transustanciado en cuerpo de Cristo, y este cuerpo transfiere al nuestro el don sagrado de la fe, de la confianza ciega, nunca certeza, en que Dios ha entrado en nosotros, lo cual no es sino una adaptación inocua del verdadero sacramento enteogénico, que implica el contacto directo con la divinidad.

Y ¿por qué todo esto? ¿Por qué obviar el sentido común y apartar de los fieles la posibilidad de conocer a Dios más de cerca? ¿Por qué la negativa a hacer innecesaria la fe en provecho de la certidumbre? Ya Jesús nos dijo que la verdad nos haría libres, pero la verdad es correligionaria de la certeza, no de la fez, porque la fe es variada y depende tan sólo del objeto en que queramos depositarla. ¿Puede ser ésta la razón de que nuestro Cristianismo no sea ya enteogénico, que siempre ha resultado mucho más fácil dominar al ignorante que al instruido? ¿Se ha pretendido evitar que poseamos un conocimiento directo de Dios para así poder ejercer un control efectivo sobre nosotros? Son cuestiones de difícil respuesta sin duda, pero nada nos impide planteárnoslas, porque dudar es comenzar a aprender, y aprender es un camino que nos conduce directamente al conocimiento, y el conocimiento nos lleva a la verdad, que es precisamente lo que algún día nos hará, como Jesús prometió, verdaderamente libres.

NOTAS SOBRE EL AUTOR:

JOSE ALFREDO GONZALEZ CELDRAN , es Licenciado en Filología Clásica y ejerce como Profesor de Enseñanza Secundaria.

Es miembro del Comite de Redacción de Estigia, responsable del área de Religiones y Mística.

Es un gran conocedor de temas relacionados con el chamanismo, drogas alucinógenas, religiones, antropología, mitología, etc.

Formó parte del equipo de colaboradores habituales y asesores técnicos del programa radiofónico “El Ultimo Peldaño”, de Onda Regional de Murcia.

Colabora también de forma asidua en otros programas de radio en la Región de Murcia.

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Comentarios (1)

 

  1. Alex dice:

    Hola,
    decir que los primeros cristianos tuvieron que hacer uso de un enteógeno para acceder a la fe es un disparate absoluto, sólo atribuible a alguien que no ha leído cuidadosamente los evangelios y que no conoce la doctrina cristiana. No hay vestigio en el nuevo testamento de uso de enteógenos, y no por moralina (eso es muy actual), sino porque no lo necesitaban. Ellos no usaron métodos inductivos porque el sentir cristiano era iametralmente opuesto a los misterios, la comunicación con Dios era directa y sin sustancias, otra cosa es que se quiera creer o no. Así como la meditación budista no necesita de métodos inductivos para llegar a un estado modificado de conciencia, los cristianos tampoco lo necesitaban. La fe es algo que se recibe de Dios, no es algo que el hombre o una planta puedan inducir. Esto sólo lo puede afirmar alguien que no ha conocido la fe.
    “Ya Jesús nos dijo que la verdad nos haría libres, pero la verdad es correligionaria de la certeza, no de la fez, porque la fe es variada y depende tan sólo del objeto en que queramos depositarla. ¿Puede ser ésta la razón de que nuestro Cristianismo no sea ya enteogénico, que siempre ha resultado mucho más fácil dominar al ignorante que al instruido?”.
    Increible como esta persona interpreta las escrituras a su gusto. 2000 años de historia y una teología compleja no han bastado para que alguien se crea con más peso sólo por haber ingerido una sustancia. ¿Puede hablar de nabos alguien que cultiva peras? Que lo haga si quiere, pero hablará disparates. La fe no es variada: es EN Dios. Nada más. Y nada menos.
    Luego, el Dios tirano del que habla es evidente que su visión es racionalista, de ahí que afirme que para tenerla haya que ingerir un enteógeno. La tiranía está en querer contactar forzosamente con Dios a través de una sustancia, cuando lo que se necesita básicamente es atreverse a creer en algo más allá de si mismo. Eso es todo. Y además más barato, que los enteógenos son bien caros.
    Un saludo

    pd. por cierto: el autor de este comentario, que seguramente no publicarán, es uno de esos cristianos “ignorantes” que también se mencionan en el artículo.

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