Enteógenos y las Experiencias Místicas

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Enteógeno: Sustancia química que, cuando se ingiere, provoca un estado alterado de conciencia. Del griego éntheos (ἔνθεος), “que posee la divinidad en su interior”.

Acorde a los diversos estudios en antropología, religiones y etnobotánica, el vínculo entre los enteógenos y religión (como creencia y ritual) ha sido mucho más estrecho de lo que en general se presupone. Desde los primitivos rituales chamánicos hasta la actualidad con la proliferación de “inquietudes” New Age en todos los rincones del planeta las diversas culturas han considerado la utilización de dichas sustancias como un vehículo propicio para establecer un potencial nexo con lo que suponen es la divinidad, con lo que llama poderosamente la atención la caza de brujas que en los últimos cien años se ha hecho de los psicodélicos. Si bien es un tema amplio para discutir, se puede inferir que la “moral” de la (post) modernidad es netamente material y que ve al mundo espiritual como una seria amenaza, a modo de conclusión breve respecto de la cuestión.

Retomando el tema de los enteógenos, como instrumentos de percepción espiritual denotan una complejidad subyacente que merece prestar atención a diversas cuestiones que van más allá de colocarse o no con determinadas sustancias, un problema de la sociedad actual que convierte lo trascendente en un mero acto banal.

Independientemente de qué creencia, institución religioso-dogmática o práctica mística, generalmente se considera que la manera correcta de vincularse con el plano de lo trascendente, llámese paraíso, dioses, alma, etc., es a través del sacrificio. En los primeros estadíos de la espiral evolutiva de lo místico la responsabilidad de ejercer este sacrificio lo realizaba una persona en particular, el chamán o médico brujo, y a través de él era que el resto de los que profesaban las mismas creencias podían lograr el vínculo espiritual deseado.

Otras veces el sacrificio se representaba mediante el dominio de las fuerzas naturales como muestra del agrado y el respeto (y en muchos casos temor) que el hombre ha tenido respecto de lo divino. Los sacrificios de animales son un buen ejemplo de ello. En las religiones más complejas, en especial las monoteístas, el sacrificio ya es algo personal, hacia el interior de cada persona. En estos casos el propio creyente es el que debe sacrificarse si es que pretende estrechar los lazos que lo unen con el plano espiritual. Sin embargo algunas formas del sacrificio primitivo persisten en las religiones modernas pues la figura del mediador entre el “cielo y la tierra” aún juega un papel fundamental en esta historia.

La pregunta que surge es el por qué es necesario el sacrificio. En base al pensamiento de Terence McKenna, se deduce que en algún momento de la historia del hombre, cuando se estaba pasando de un homínido primitivo a un ser racional, se produjo un cambio radical, profundo, que no sólo le propició la cualidad de poseer plena conciencia de sí y de su entorno sino también plena conciencia de su finitud. La metáfora de la expulsión del paraíso terrenal sería la descripción más conocida al respecto, principalmente en Occidente.

Esta conciencia a su vez le permitió medir el paso del tiempo a través de la observación del entorno natural debido a que el hombre ahora se embarcaba en una continua lucha por sobrevivir el eterno drama del nacimiento y la muerte. Esta comprensión acerca de sí mismo también le permitió comenzar a dominar la naturaleza y por ello surgieron saltos cualitativos como la aparición de la agricultura. El hombre vio en las plantas no sólo al “dios” dador de vida encerrado en el misterio de una simple semilla depositada en el regazo de la madre tierra sino que también ese dominio finito sobre el destino de las mismas lo convirtió un poco en un dios imperfecto y mortal y esa divinidad lo acercaba a su vez a la trascendencia, al paraíso que debía retornar.

En el contexto de ese eterno retorno mediante el sacrificio es que surgieron casi todas (por no decir el 100%) de las religiones y pensamientos místicos que se conocen y quizás sea el único caldo de cultivo posible para las nuevas. Otro contexto por ahora no es imaginable.

El enteógeno como vehículo de la divinidad fue el que generó un dogma y un ritual acorde a cada circunstancia y a cada efecto en particular. Justamente lo que Timothy Leary recalcó hasta el cansancio respecto del “set and setting”, tan importante a la hora de asimilar las diversas y complejas substancias que los enteógenos poseen. Por algo el uso meramente recreacional, banal, sin sentido profundo es el que usualmente genera serios problemas tanto en la psiquis como en el físico del usuario ocasional. En potencia cualquiera puede acceder a algo que lo coloque eventualmente en un estado alterado de la conciencia por un puñado de billetes, pero un imberbe trasnochado con un par de pepas encima saltando como babuino excitado en una rave no necesariamente experimenta la misma conexión que un asistente a los tradicionales rituales de Eleusis que solían celebrarse hace poco más de dos mil años. La sustancia puede ser similar (el cornezuelo del centeno del pan ceremonial de Eleusis es probable que contenía ergotina, del que deriva en parte el LSD) pero las consecuencias en la psiquis y en el alma del consumidor/asistente al sacrificio es muy diferente, debido a que los enteógenos requieren de una preparación tal (por algo es un sacrificio) que pocos están dispuesto a realizar. Y en esto juega un papel crucial el culto actual a lo banal, a lo terreno, a lo superficial y aparente. Es la vereda opuesta a lo que se venía haciendo desde tiempos inmemoriables.

Pero acá aparecen las controversias, y más desde el punto de vista de la cosmovisión judeo-cristiana. ¿Es necesario el uso de enteógenos para acercarse y experimentar la divinidad? ¿Sólo Dios puede hablar a través de ellos? ¿No es este el tan mencionado “camino fácil” y el camino correcto se halla en otras cuestiones, en otra forma de sacrificio?

Las respuestas puede ser diversas, y muy relativas al pensamiento y al sentir de cada uno como así también de lo preconcebido que tenemos acerca de qué es justamente ese reino de la divinidad.

Respecto a los enteógenos algo es seguro: no es para nada el camino más fácil. Si lo comparamos con las exigencias exclusivas del ritual, y en parte del dogma establecido(bastante dejado en desuso por los practicantes de las religiones mayoritarias), el enteógeno representa un desafío mucho más complejo para el hombre actual porque en principio requiere de tiempo, un bien altamente escaso y no renovable, según la percepción de lo moderno. El ritual exige normalmente apenas la asistencia a algún lugar de culto, en horario prefijado de antemano, con duración acotada y de la repetición de fórmulas, frase, gestos, etc. un mecanicismo tal que quizás haya borrado el sentido original de dicho ritual. Incluso la fe y el grado de espiritualidad han caído presas de esa manía moderna de mesurar todo y para el fiel o adepto a determinada creencia la cercanía con lo divino se mide en tanto y cuanto cumpla con las exigencias de un rito a veces confuso, poco explicado y muy mal interpretado. Aclaración: Esto es válido para TODAS las religiones al día de hoy, sin excepción. ¿Qué es lo que ha pasado? Se le ha dado más importancia al medio que al fin: ya no interesa tanto el acercarse a ese estado de divinidad sino cumplir con la norma preestablecida. O sea, poco importa si uno percibe a Dios, Alá, o a Buda; basta que cumplas con lo que se te manda.

En cambio mediante los enteógenos el ritual sólo sirve como de apoyo a la circunstancia a vivir, es más una guía necesaria para no perder el rumbo en el tortuoso camino que lleva a nuestra conciencia desde este plano hacia el plano espiritual. Pero no es conveniente prescindir del ritual, del “set and setting” mencionado.

Consideremos a uno de ellos. La experiencia con ayahuasca puede generar estados de beatitud de una profundidad tal que recuerda a las experiencias de los místicos cristianos como a los grandes ayunos de los yoguis hindúes. El proceso de ingesta de la ayahuasca requiere de por lo menos una semana de preparación física y mental (si uno quiere tener un buen viaje) que a muchos les puede resultar incómodo. Para un carnívoro argentino el evitar el consumo de carnes por diez días, de alcohol, café o cualquier estimulante puede ser toda una tragedia. Es más fácil rezar 3 padrenuestros.

Ahora, esto no quiere decir que el consumo de enteógenos suplanta a las creencias establecidos y por el contrario debería de complementarlas ya que actualmente en lo que fallan es en el método.

Tampoco es una apología al consumo irresponsable de los mismos; se debe educar en su uso y sobre los riesgos que el sacrificio conlleva. La cuestión es que la gente está dispuesta a hacer sacrificios pero que no le cuesten mucho.

También hay mucho de celo respecto al acceso a la divinidad. Si antiguamente el chamán era el que poseía la exclusividad del uso de enteógenos no era por egoísmo sino por el contrario, su altruismo era tal que prefería “morir”, a veces enloquecer, con el objetivo de procurar el bienestar de su gente. Actualmente se impide (por algo la mayoría son ilegales) dicho “sacrificio” puesto que hay personas que actúan como el chamán pero por otros motivos: quieren tener la exclusividad del acceso a lo divino, y se han convertido en una especie de patovicas espirituales que arbitrariamente condicionan la admisión y la permanencia del resto en este baile espiritual. Simplemente porque han descubierto que esta actitud genera una cuota de poder terrenal (vaya ironía) para nada despreciable.

Para finalizar cabe destacar que si el tiempo en el hombre es un bien escaso y de duración limitada, es ilógico pretender llevar toda una vida de sacrificios cumpliendo a rajatabla los mandatos de un simple ritual, cuando mediante los enteógenos un instante puede encerrar la eternidad necesaria para que comprendamos cabalmente no sólo nuestro propio ser sino lo que trasciende fuera de él.

Fuente y Referencias: Mi cerebro y los enteógenos

Taringa/Wikipedia

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