Inciensos, esencias, perfumes y sahumerios

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Del incienso se ha dicho que “sus aromas estimulan la mente de forma inconsciente mediante la imitación de las feromonas sexuales” (D. M. Stoddart, El mono perfumado. Biología y cultura del olor humano, Madrid, 1994: 261) Algunos inciensos estaban preparados para ejercer un efecto determinado sobre el espíritu. Era creencia extendida entre los filosofos y hombres de ciencia que algunos inciensos poseían propiedades perturbadoras del ánimo y la mente. Tal parece haber sido el caso del kyphi, un compuesto psicoactivo que se utilizaba en ritos y ceremonias y que es mencionado en los papiros egipcios de magia de época helenística. Es citado por Dioscórides (De mat. med., I, 23) y Plutarco (De Isis et Os.) nos habla de él con más detalle:

“El Kyphi es perfume cuya mezcla está compuesta de diez y seis especies de substancias: miel, vino, pasas, juncia, resina, mirra, palo-rosa, seseli; se le añade lentisco, brea, junco oloroso, romaza, y, además de todo eso, enebro gigante y enano (porque ya sabéis que hay dos especies), cardamomo y cálamo. Estos diversos ingredientes no se mezclan al azar, sino, de acuerdo con fórmulas indicadas en los libros santos, que se leen a aquellos que preparan este perfume a medida que mezclan las substancias que lo componen. En cuanto al número diez y seis, parece haber sido adoptado a propósito, puesto que es el cuadrado y el único entre todos cuya figura, al tener todos sus lados iguales, ofrece un perímetro igual a su área, aunque esta propiedad desde luego no importa al efecto esperado. Pero, como la mayor parte de esas substancias mezcladas tienen virtud aromática, de ellas se desprende un soplo suave y salutífero. Bajo sus influencias, el estado del aire cambia, y el cuerpo, suave y agradablemente bañado por sus emanaciones, se deja caer en el sueño adquiriendo disposición evocadora. Las aflicciones y vehemencias producidas por las inquietudes cotidianas se debilitan como lazos que se aflojan,disipándose sin la ayuda de la embriaguez para recibir ensueños, se pulen y bruñen como un espejo. El efecto obtenido es tan purificador como el que alcanzaban, pulsando la lira, los pitagóricos antes entregarse al sueño, apaciguando y encauzando de este modo el elemento instintivo y apasionado de su alma. En efecto, las subtancias olorosas reanimaron muchas veces el sentimiento que se desvanecía, y muchas fueron también las veces que, con su suavidad, apaciguaron y calmaron a los que las absorvían disolviéndolas en su cuerpo. El efecto provocado era parecido a aquel de que nos hablan algunos médicos cuando afirman que el sueño sobreviene cuando las exhalaciones de los alimentos se extienden como trepando alrededor de los intestinos, cuando parece que los tantean suavemente determinando algo parecido a un delicado cosquilleo. También se sirven los egipcios del Kyphi como brebaje y como mistura. Lo beben para purificarse interiormente y lo emplean en forma de mixtura a causa de su virtud laxante.”

Resulta claro que el ingrediente psicoactivo del kyphi no es otro que el aceite de los enebros, pincipalmente el Juniperus oxycedrus, que contiene una esencia similar al tanacetol, de gran potencial estimulante y psicoactivo. El tanacenol, tambien denominado thujol, es el principal componente del aceite del cedro blanco del norte (Thuja occidentalis) y del cedro rojo (Thuja plicata) y se encuentra también en el crisantemo vulgar (Tanacetum vulgare) o atanasia. Cualquier repertorio de farmacología botánica nos dirá que también se le conoce como thujol, thuyol, absinthol, thuyone, tanacetol, y tanacetona, por lo que forma parte de los aceites esenciales del ajenjo oartemisia y la sabina albar (Juniperus thurifera). En dosis altas resulta un potente alucinógeno. Muchos de los inciensos elaborados en el Próximo Oriente y utilizados en celebraciones extáticas o rituales de adivinación, contenían, entre sus ingredientes, aceite de cedro.

En un minucioso y bien documentado trabajo que ha pasado, por lo general, bastante inadvertido para los estudiosos de los enteógenos, A. H. Godbey (1930: 217 ss) destacaba, hace ya casi ochenta años, el efecto narcótico de los inciensos en todo el Próximo Oriente que él atribuía, tras el estudio de los textos antiguos y de las evidencias etnográficas, a que en su composición figuraban estractos de plantas como la adormidera, el cannabis, o el ajenjo, conocida en algunos lugares con el apelativo de “Santónica”, la planta sammu iluque aparece en los textos acadios de magia y brujería, y que usada en muy pequeñas dosis produce parálisis sensorial, perdida de visión y de memoria, y alucinaciones terroríficas, mientras que en dosis más altas resulta un potente veneno que puede causar la muerte.

Era la planta utilizada por los griegos en la adoración de Artemis-Hécate, de donde procede el nombre del género. Se utilizaba como veneno sagrado en determinadas ordalias religiosas de Oriente. Apuleyo afirmaba que sus fumigaciones alejaban los demonios y algunos médicos, como Areteo de Capadocia, la recetaban contra la melancolía. El propio Dioscórides (De mat, med., III, 129) compara una variedad de ajenjo o artemisia con la divina ambrosia. En la Europa posterior es una planta mágica asociada a la noche de San Juan. Según este mismo autor, otro de los componentes de los inciensos era el aceite del cedro blanco, cuyos efectos son muy similares, y que era considerado como un árbol sagrado en muchas partes del antiguo Oriente. Su uso estaba muy desarrollado en la farmacopea mesopotámica (G. Contenau, “Drogues de Canaan, d`amurru et jardins botaniques”, Mélanges Syriens offerts a René Dussaud, vol. 1, paris, 1939, p. 12.) y formaba parte de los inciensos que inspiraban los oráculos de los sacerdotes baru en Babilonia y de los inciensos utilizados por los cananeos y otros pueblos del próximo oriente antiguo.

En este sentido, las palabras de K. Nielsen (Incense in Ancient Israel, Leiden, 1986, p. 30) resultan muy ilustrativas: “The fragance of incense works like a drug which ensures the favorable disposition of the gods towards man. It make them give positive oracles, it makes them forgive sins. The fragance of incense purifies the mind of the gods as well as the mind of the man. It is the perfect medium for establishing communication between the divine and human sphere”. Parece, por otro lado, que parte de la oposición de los profetas de Yavé a los inciensos utilizados en los cultos cananeos de los «lugares altos» puede proceder de su adversión hacia sus efectos narcóticos.

Según un estudio reciente realizado por investigadores de la John Hopkins University y de la Universidad de Jerusalem, la resina de Boswellia, uno de los ingredientes comunes del más famoso y difundido de todos los inciensos conocidos (frankincense), es psicoactiva y causa una serie de efectos sobre el cerebro como son aliviar la ansiedad y la depresión, facilitando la exaltación espiritual (A. Moussaieff et al., “Incensole acetate, an incense component, elicits psychoactivity by activating TrpV3 channels in the brain”, The FASEB Journal, 22, 2008, pp. 3024-3034). Oro trabajo, publicado también recientemente en la revistaNeuropsychobiology, establece que el olor del incienso puede mejorar las actividades corticales y la función de tratamiento inhibidor de la respuesta motora (M. Iijima et al., “Effects of Incense on Brain Function: Evaluation Using Electroencephalograms and Event-Related Potentials”,Neuropsychobiology 2009, 59, pp. 80-86).

También bajo la forma de perfumes y vahos podían administrarse preparados con efectos sonmíferos, narcóticos e incluso alucinógenos. Dioscórides (De mat. med., I, 54, 2 y I, 58, 2) ya señalaba las cualidades somniferas del olor del azafrán y del perfume elaborado con amaracino (Origanum maiorana). El propio Apuleyo afirma que determinados perfumes pueden causar un estado similar a la hipnosis hasta sumirse en el éxtasis:

“Aunque he de creer a Platón cuando asegura que entre los dioses y los hombres existen ciertos poderes divinos, que les sirven de intermediarios, por su naturaleza y por el lugar que ocupan, y que tales poderes rigen todas las manifestaciones de la adivinación y los milagros realizados por los magos. Más aún, estoy intimamente persuadido de que el alma humana, sobre todo si se trata del alma pura de un niño, puede, merced a la atracción ejercida por ciertos cantos, o bien por el efecto enervante de ciertos perfumes, alcanzar un estado de hipnosis y sumirse en el éxtasis, hasta el punto de olvidar la realidad circundante. En tal estado, perdida la noción del cuerpo en que se reside, puede recobrar su primitiva esencia y retornar a su propia naturaleza, que sin dudad es inmortal y divina, y de eso modo, inmersa en una especie de sueño es capaz de presagiar el futuro”

(Apología, 43, 2. TRAD. Santiago Segura Munguïa)

También en su famosa obra El asno de oro, Apuleyo alude a ciertos vahos soporíferos que las hechiceras de Tesalia empleaban para causar un profundo sueño hipnótico:

“Mientras que el guardián que aquí veis velaba mi cadáver con toda su perspicacia y atención, unas viejas brujas pretendieron arrebatar mis despojos; con dicho propósito se disfrazaron muchas veces y siempre en vano; al no poder burlar la actividad y vigilancia del guardián, como último recursoextendieron sobre él un vaho soporífero sepultándolo en un profundo sueño. Luego se pusieron a llamarme por mi nombre y no dejaron de gritar hasta que mi cuerpo rígido y mis helados miembros con perezoso esfuerzo, empezaron a obedecer por arte de magia. Ahora bien, este hombre que aquí véis, en realidad estaba vivo, y, de muerto, tan solo tenía el sueño. Pero, como era mi tocayo, al oir su nombre, sin caer en la cuenta del caso, se levantó y, avanzando como un fantasma, fue a dar contra la puerta de la sala.”

(Metamorfosis, II, 30. TRAD. Lisardo Rubio Fernández).

Fuente: http://pocimae.blogspot.com.es

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