Claudio Naranjo en busca del heroico yagé

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En sus tempranos viajes a Estados Unidos, el psiquiatra Claudio Naranjo se puso en contacto con el vasto mundo de la exploración en psicotrópicos que en los años 60 inundaba ambas costas del país del norte. Impulsado por su espíritu aventurero y por los recuerdos infantiles de un extraño libro de aventuras, Naranjo se embarcó en busca de la mítica ayahuasca por los ríos del Amazonas colombiano. Fue el inicio de la exploración personal que lo transformaría en uno de los máximos referentes de la psicología humanista y transpersonal. Con este relato comenzamos una serie de crónicas sobre la historia chilena de la Nueva Era.

En 1959, el profesor Francisco “Franz” Hoffmann fundó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile lo que había sido uno de sus sueños de hombre maduro: el Centro de Estudios en Antropología Médica (CEAM). Fundador del Instituto de Fisiología en la misma universidad en 1937, desde los años 40 este hijo de inmigrantes alemanes había encabezado la ofensiva por recuperar el sustrato humanista que la Medicina poseía en otros tiempos.

Apoyado por el rector Juan Gómez Millas, el CEAM fue tomando vuelo gracias a la presencia de algunos jóvenes médicos. Uno de ellos, Claudio Naranjo, cursaba entonces la cátedra de Psiquiatría pero había forjado una particular relación con Hoffmann y con su mujer, Lola, futura madrina de la Nueva Era en Chile y ardiente promotora de la liberación sexual femenina.

Naranjo no era un joven cualquiera. Educado en un colegio de élite y expuesto en la adolescencia a la compañía y el saber místico del gran escultor Tótila Albert, intuyó que la formación humana dependía en gran medida de la forma en que percibimos la realidad (por los mismos años, otro joven estudiante de medicina, Humberto Maturana, comenzaba a preguntarse por las implicancias filosóficas de la visión animal). Tras un viaje familiar que lo llevó a Estados Unidos en 1962, obtuvo una beca que le permitió visitar a importantes investigadores en las psicologías de la percepción y de la personalidad, y se decidió a estudiar a fondo tradiciones espirituales y filosóficas no occidentales.

Exprimiendo los pocos dólares que le dejaba la beca, se instaló por unos meses en Boston y ahí, en una sus caminatas a Harvard, ocurrió la coincidencia que le cambió la vida. Paseando distraídamente por el museo botánico, se encontró con un artículo titulado “On the botanical identity of the malpigiasus narcotics of South America”. Era la simple descripción de una planta alucinógena, pero acompañada de unas imágenes que resonaron de inmediato en la mente del joven Naranjo. Se trataba de un ritual de iniciación en alguna tribu amazónica, en el que unos indígenas recibían azotes mientras estaban, decía el texto, bajo los efectos de esta poderosa sustancia. Naranjo no pudo dejar de relacionar esas imágenes con las que se describían en un libro de aventuras que su padre le había regalado cuando pequeño: “Yo también fui cazador de cabezas”, del botánico ingles Lewis V. Cummings, quien había presenciado la ceremonia luego de ser capturado por los indios cofán durante su recorrido por el Amazonas colombiano, a comienzos del siglo XX.

Motivado por esta coincidencia, Naranjo tomó contacto con el curador de la exposición, quien resultó ser el célebre Richard E. Schultes, fundador de la etnobotánica en Occidente y responsable de las expediciones en las que se “descubrió” el ayahuasca –o yagé, como lo llaman los indios del río Putumayo–, el mismo psicotrópico por el que William Burroughs había perdido la cabeza en los años 50. Schultes le comentó a Naranjo que él había consumido la sustancia pero no había visto mucho más que algunas formas geométricas. Creía que las alucinaciones narradas por los aborígenes –y que en el libro de Cummings dotaban a los iniciados de cualidades “heroicas” que les permitían recibir los azotes– no eran más que cuentos y sugestiones que se cumplían por el puro efecto de la voluntad. Sin embargo, le hizo a ver a Naranjo que él, como investigador, debería comprobarlo por sus propios medios, y éste no lo pensó dos veces. El heroismo, según confesó años después, era una cualidad de la que carecía, y si un fármaco prometía entregarla, él quería verlo en vivo y en directo.

Junto al matemático Gio Wiederhold, de la Universidad de Stanford, partió al Amazonas colombiano en busca de la mítica sustancia. Antes del viaje, recibió un importante consejo del antropólogo Michael Harner, que había tenido una epifánica experiencia con yagé junto a los indios chipimo, en Perú. Harner le advirtió a Naranjo que no era conveniente llegar con las manos vacías en busca de la planta, pues los nativos podrían reclamar a cambio una ofrenda análoga. Naranjo, entonces, con la ayuda de un amigo, impregnó algunos papelillos con diseños de animales, flores y estrellas con altas dosis de LSD.


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Aun con los contactos que le había entregado Schultes, no fue fácil adentrarse en la selva y ganar la confianza de los indios. Los cofán eran y siguen siendo conocidos por su reticencia a cualquier tipo de asimilación cultural. Fue ahí que Naranjo recurrió a los papelillos: “Yo ando buscando el yagé, porque no tengo lo que tienen ustedes. Pero lo que usamos nosotros, los médicos de mi tierra, es esto”, les dijo, haciéndoles entrega de las dosis de ácido lisérgico. El rápido e intenso efecto del LSD convenció a los indios de hacer el intercambio y facilitar al forastero tanto las lianas como la receta para prepararlas.

Naranjo, sin embargo, no se apartó de su misión, y en lugar de embarcarse en una travesía personal con el brebaje, lo utilizó experimentalmente en varias sesiones con pacientes en la clínica psiquiátrica de la Universidad de Chile. En las experiencias, los pacientes presentaban vívidas y conscientes ensoñaciones, con características comunes a las descritas por los indios. Eso llevó a Naranjo a creer que existía un sustrato primitivo, “reptiliano” de la conciencia, común a todos los humanos y hogar de arquetipos que años después exploraría junto al místico boliviano Óscar Ichazo, a través del eneagrama. Pero la asepsia teórica de estos experimentos, y su propio rol de mero observador, terminaron por asquear al psiquiatra, que así tomó el camino de la psicoterapia y de la exploración mística.

En los años siguientes, y al mismo tiempo que se sumergía en los revolucionarios postulados de la Terapia Gestalt de Fritz Perls, Naranjo profundizó su indagación con sustancias psicoactivas y llegó a escribir un libro con los resultados –“The Healing Journey”– que dedicaría, sintomáticamente, a su maestro Franz Hoffmann “que apoyó mi carrera de psiquiatra e incentivó mis investigaciones sobre la farmacología y el chamanismo”.
Así, la aventura de Naranjo con el yagé, la que hace medio siglo lo llevó de las aulas de Harvard a los ríos del Amazonas, acabó siendo el catalizador de sus originales búsquedas de los “límites de la percepción”, que no por nada lo consagran hasta hoy como una leyenda viva del mundo new age chileno.

Fuente:

Matías Wolff

http://www.theclinic.cl/2016/06/10/claudio-naranjo-en-busca-del-heroico-yage/

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