Elogio al vómito

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El cuerpo humano, en muchas ocasiones contra su propia voluntad, tiene sus propias formas de responder a una extensa y variada multiplicidad de estímulos irritantes, agresivos e invasores. El estornudo expulsa los intrusos de la nariz, la tos de los pulmones, la diarrea de los intestinos, la lágrima de los ojos, el esputo de la garganta y el vómito del estómago. Estas manifestaciones propias de la naturaleza son consideradas vergonzantes e incluso obscenas y se procura realizarlas en solitario con el fin de no ofender con estas excreciones que el cuerpo genera para defenderse. A pesar de que para los moralistas el esputo, la tos, la orina, el vómito, no son pecado (“vomere turpe non est”), estas excrecencias eran consideradas símbolos de una presencia perturbadora, agazapada en cualquier órgano del cuerpo, que se expresaba a través de una materia residual que mostraba el verdadero fundamento de la naturaleza humana: algo viscoso, indiscernible y magmático.

En el postigo de la derecha del tríptico El jardín de las delicias de El Bosco, el monstruo en el trono, con cabeza de pájaro y pies humanos, es Satanás que devora a los condenados y los pasa como excremento a una bola transparente; en el borde de la cloaca, el condenado que evacua monedas de oro alude a la herejía de la transmutación alquímica; el que vomita, arroja vómito negro, ya que la náusea y el vómito son aspectos ciertos de lo demoníaco. Para cada una de estas manifestaciones residuales se conservan modos de atajarlas o reducirlas; modos tan simbólicos como sus síntomas, que a pesar de que siempre mostraron su ineficacia se mantuvieron entre los hábitos sociales como el ¡Jesús! para el estornudo, ¡por Dios! para la tos o el ¡carajo! para el esputo. De todas estas formas de expresión corporal el vómito es la más espectacular y decididamente desagradable, puesto que implica y compromete al que se mantiene cerca por la amplia irradiación de la materia arrojada.

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El vómito es una acción forzada y violenta que se realiza por una contracción fuerte e inferior del diafragma. Los contenidos del estómago son impulsados hacia arriba y suelen ser materia a medio digerir expulsada violentamente al exterior. Una variedad sorprendente de estímulos pueden desencadenar el vómito, desde la ingesta de alcohol, la migraña, los cálculos renales, los embarazos, los viajes por mar o simplemente el asco. Algunas veces, el simple hecho de ver a alguien vomitar hace que se desencadene el vómito que, a pesar de ser la repuesta a una agresión, puede transformarse, ella también, en arma arrojadiza contra alguien o contra todo. (¿Sobre cuántos nos gustaría arrojarnos y sobre qué?)

Esta masa indeterminada, frecuentemente maloliente y de aspecto repugnante, se considera como la expresión de un profundo desagrado suscitado por algo exterior, cuya presencia provoca un vuelco en el estómago capaz de arrojar lejos de sí las partículas en descomposición que se mantenían en él. Este fue el motivo de la representación que tuvo lugar en el pórtico de la iglesia de St. Marks, durante la última campaña electoral de los E.E.U.U. en que se ocupó el pórtico para representar Vomitorium 2004, una escenificación de los excesos del Imperio Romano, con un vómito general y espectacularmente maloliente y en el que los actores se atracaban de comida y vaciaban sus estómagos bajo la consigna: “¡Haced sitio para más! ¡Cuatro guerras más!”. El Vomitorium 2004 remite, por supuesto, a ciertas domus romanas previstas de una sala llamada vomitorium donde, en medio del banquete, se provocaba el vómito con la ayuda de plumas de pavo real para poder seguir gozando de los pantagruélicos ágapes que las clases pudientes realizaban habitualmente. Un vomitorium era también el nombre que recibían los lugares de acceso a las gradas en los edificios destinados a cobijar el espectáculo romano (teatros, circos y anfiteatros).

En muchas culturas el vómito forma parte de una limpieza ritual que no únicamente purifica el cuerpo si no también el espíritu, puesto que el vómito se asocia con aquello que rechazamos como perjudicial o dañino y que se materializa en su expulsión. Tal vez fuera una de estas razones la que lleva al cónsul Geoffrey Firmin de Bajo el volcán de Malcom Lowry a provocarse los habituales vómitos, con la ayuda del mezcal, para liberarse de los perjudiciales recuerdos y de su incapacidad de transformarlos en algo benéfico para su conciencia maltrecha. Arrojar por la boca implica liberarse de todo aquello que atenaza el privilegio de la autonomía y el libre albedrío. En una sesión ritual de ayahuasca vomitar supone devolver aquello que tenemos en exceso, que nos hace daño, que no nos pertenece o que hemos tomado por error. Esta devolución se asocia a recuerdos, emociones y visiones de acontecimientos personales y en todos los casos acontece una experiencia liberadora, como ocurre en tantos personajes de las novelas de Conrad, de Dostoievski, de Joyce. Algo semejante ocurre en la base yógica de la pureza por medio del vómito (vamana), una práctica que consiste en llenarse de agua hasta la garganta inmediatamente después de una comida, lo cual provoca una profunda necesidad de vomitar que favorece la limpieza de la bilis y del desorden flemoso.

Son liberadores los vómitos de Edgar A. Poe, de Rimbaud, de Verlaine, de Baudelaire, de Thomas de Quincey, de Artaud, de Dylan, de Kerouac; lo son los brindis de Auden, los cólicos de ácido clorhídrico de Thomas Bernhard, las borracheras de Bukowski y de Carver, las defecaciones de Burroughs. Son ritos de purificación y formas de la rebelión contra la estulticia, la perversión moral, y son, también, la particular defensa y la actualización de unos valores morales contrarios a los de una sociedad enajenada que observa, con crítica indiferencia, la inmolación de aquellos de sus miembros que se resisten a ser abducidos por el vientre de la corrupción.

El vómito, y los derivados de todas las excrecencias, sigue siendo un modo de expresión de las perturbaciones de la sociedad del espectáculo; una sociedad ahíta de tanto exceso, harta de tanta sobra, saciada de indigestión; pero infinitamente insatisfecha y, paradójicamente, hambrienta. Y lo propio ocurre con el individuo de esta sociedad; también él, espectáculo: invadido por la imagen de un placer que nunca podrá llegar a satisfacer y que por esta razón lo vomita, lo arroja fuera de si para contemplarlo en su inanición y su podredumbre y contemplarse a si mismo en la representación. Nada podrá satisfacer a este sujeto, saturado de todo. Ya no hay ritual de purificación, ni alivio en la depuración. El placer está en la muestra del dolor representado, en el rechazo del gozo, en la negación de cualquier satisfacción que pueda ofrecernos esta sociedad satisfecha, opulenta y bulímica que, como el gran vómito, es representación. Lo vaticinaron los proverbios: “El perro volvió sobre su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cenagal”. ¿Será posible preservarnos bajo la sombra de Nick Cave?

ANTONI MARÍ

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Comentarios (2)

 

  1. [...] alimentarias desordenadas desde la antigüedad. En los  ágapes romanos era frecuente recurrir al vómito provocado con el objetivo de  seguir comiendo. El comer abundantemente era privilegio de pocas [...]

  2. [...] desordenadas desde la antigüedad. En los  ágapes romanos era frecuente recurrir al vómito provocado con el objetivo de  seguir comiendo. El comer abundantemente era privilegio de pocas [...]

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