ENTEOGENOS Y CULTURAS, Jonathan Ott

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Alucinógenos: Alucinar, divagar mentalmente acerca de cosas falsas.

Enteógeno: Generar la divinidad en nuestro interior.

Voy a hacer un esquema para el empleo tradicional de las plantas enteógenas, trazando así pautas para su provecho y aplicación a los problemas del presente.

Lejos de discernir una cara malévola en el consumo contemporáneo de estas plantas y sus derivados sintéticos, deberíamos estimular el sorprendente renacimiento arcaico que representa su redescubrimiento; en vez de consignar las sustancias que nuestros antepasados designaron como pharmacotheones o medicamentos divinos al mundo criminal, nos incumbe la tarea más difícil de fomentar su incorporación al seno de nuestra cultura.

Cierto es que los enteógenos nutrieron la cultura humana en su infancia y constituyeron la fuente universal de la cual fluyó la música, la danza, la filosofía, la poesía, sí, la religión misma.

Las palabras de R. Gordon Wasson escritas en 1960: “mientras emergía el hombre de su pasado bruto, hubo una etapa en la evolución de su conocimiento en la cual el descubrimiento de un hongo, o quizás fue una planta superior con propiedades milagrosas, representaba una revelación, un verdadero detonador para su alma, despertando sentimientos de temor y reverencia, gentileza y amor, hasta la altura más elevada que el ser humano es capaz de alcanzar”. Todos esos sentimientos y virtudes que el ser humano ha estimado desde entonces como el sumo atributo de su especie, le hacían ver todo lo que su ojo mortal perecedero no podía ver. También Wasson escribió acerca de lo que William Blake pensaba sobre las visiones: una visión no es como supone la filosofía popular, un fantasma o algo sin sentido, es la cosa más fina y más minuciosamente articulada que nuestro ojo mortal perecedero pueda ver.

Para hacer un uso digno y efectivo de los medicamentos divinos, enteógenos o substancias visionarias que nos legaron nuestros antepasados, nos conviene estudiar sus usos tradicionales para descubrir cómo aplicarlos a los problemas del presente.

Las plantas enteógenas tenían básicamente cuatro modalidades de uso en el mundo antiguo:

a) El uso solitario, extático. Realizado principalmente por chamanes y taumaturgos.

b) El uso terapéutico.

c) El uso comulgante durante ceremonias en masa.

d) El uso lúdico.

a) USO CHAMÁNICO:

Lo podemos designar uso psiconáutico, adoptando el neologismo de Jünger.

b) USO TERAPÉUTICO:

El uso más conocido de las plantas enteógenas es el uso psiconáutico, hecho famoso por la chamana mazateca María Sabina, de Oaxaca (México). En el verano de 1955 el entonces banquero americano R. Gordon Wasson fue iniciado en los sagrados misterios del hongo enteógeno psilocybe caerulenses por aquella mujer excepcional. El artículo subsiguiente de Wasson, “Psychic and the magic mushroom”, publicado en la revista popular Life 13 de mayo de 1957, es considerado como el catalizador principal del uso moderno extracientífico y no tradicional de las substancias enteógenas, y la así llamada “revolución psiquedélica” nació entonces. Gracias al trabajo infatigable de Wasson y de sus colegas, los hongos fueron identificados taxonómicamente y cultivados en laboratorio y sus principios activos, la psilocibina y psilocina, aislados y sintetizados. En el oficio digno pero humilde de esa pequeña mujer monolingüe que no había aprendido a leer y a escribir, Wasson reconoció la esencia de religión encarnada, el verdadero manantial de la historia cultural humana.

Hoy sabemos que los hongos enteógenos son de una distribución mundial cosmopolita y que el chamanismo es la religión primordial mundialmente difundida entre los pueblos preliterarios.

Wasson hizo un estudio antropológico con la chamana María Sabina, grabando una velada en cuatro discos fonográficos con importantes notas, comentarios y también traducciones del difícil idioma mazateco, este trabajo abre una ventana al mundo paleolítico de nuestros antepasados. La disección de un verdadero fósil cultural que sobrevivió con relativo vigor hasta la edad moderna.

De nuevo las palabras de Wasson: “viví siglos, milenios, hasta décadas de milenios, María Sabina era la chamana, el enfoque de las aflicciones y deseos del ser humano hasta atrás, atrás, atravesando la edad de piedra hasta Siberia, ella fue la religión encarnada, ella fue la hierofanta, la taumaturga, la psicopompa en cuya persona, los problemas y aspiraciones de innumerables generaciones de la familia de la humanidad encontraban su alivio, todo esto lo vi en la lumbre de ese fósforo solitario a la sombría luz que iluminaba los actos de María Sabina, la luz del fósforo pareció durar un eón y de repente se apagó”.

La práctica chamánica descubierta por Wasson, de inmemorial antigüedad, estaba en vísperas de apagarse también, desmoronándose al contacto con el mundo moderno y la palabra escrita. Wasson llegó a Huautla de Giménez, el pueblo de María Sabina, en la misma década que el alfabeto y la carretera. Wasson y María murieron en 1986, y la última generación de chamanes no contaminada por el contacto con el mundo exterior se encuentra moribunda, en muchos casos los chamanes antiguos han sido removidos de la faz terráquea con todo su ambiente cultural y botánico, todos víctimas del “progreso”.

Gracias a los trabajos de pioneros como Richard Evans Shultes, Gerard R. Dolmatoff y otros, sobre todo la iniciativa de Wasson, sabemos ya que el uso chamánico terapéutico de los enteógenos representa un aspecto general en el chamanismo. Lejos de ser confinado a Mesoamérica, tal uso se ha documentado a través de la cuenca amazónica y de los Andes en Sudamérica, a lo largo de los Estados Unidos, África y Eurasia, particularmente Siberia. En todos esos lugares, los fines terapéuticos predominan dentro del uso chamánico de los enteógenos. En un sentido amplio estas substancias funcionan como ayuda en la adivinación de las causas de enfermedades, así como fitoterapias en el tratamiento de padecimientos específicos.

En el mundo moderno, no hemos descubierto usos químicos terapéuticos para las diversas substancias enteógenas conocidas por la ciencia, sin embargo, éstas han mostrado mucho valor medicinal, debido a su capacidad para estimular áreas específicas del cerebro, los principios activos como la psilocibina tienen potencial en la medicina moderna para un tipo de adivinación de enfermedades neurológicas, diagnosis de problemas orgánicos del cerebro, combinada con técnicas exquisitamente sensibles como es la de sacar imágenes de la actividad cerebral por medio de resonancias magnéticas.

La psilocibina y otros enteógenos nos pueden ayudar a descubrir focos de función subóptima en el cerebro humano, pero el uso más prometedor de estas substancias se ha realizado en el ámbito de la psiquiatría y la psicoterapia.

En las dos décadas posteriores, desde que en 1943 A. Hofmann descubriera la LSD-25, hubo múltiples estudios acerca de esta substancia semisintética en la psicoterapia, empleándose en dos modalidades de tratamiento: terapia psicolítica –dosis bajas y repetidas-, terapia psicodélica –dosis altas y menos frecuentes-.

Un valor especial en la terapia enteógena, se realizó en el área de la terapia agónica –pacientes moribundos e incurables-, aparte de un demostrado valor como ayuda a la psicoterapia breve, en el intento de ayudar al paciente moribundo a enfrentarse a su cruel destino, los enteógenos mostraron una actividad totalmente inesperada, constituyendo así uno de sus valores más positivos.

En pacientes terminales de cáncer acompañado de intenso dolor, los enteógenos, en muchos casos, sirvieron como analgésicos de larga duración, quitando el dolor agudo completamente durante días o semanas después de una sola administración. En contraste con los opiáceos tenía dos ventajas: no eran adictivos y no creaban problemas de tolerancia. Desde luego el estudio del fenómeno de la analgesia psicológica extrafarmacológica efectuada por las medicinas divinas, merece un escrutinio científico a fondo, para entender los mecanismos de la analgesia enteógena. Otra aplicación de los enteógenos en la medicina moderna es la propensión de los chamanes a autoadministrarse los medicamentos. La medicina alopática carece de ese concepto para el médico y de buenas a primeras parece extraña la idea. La compañía farmacéutica Sandoz de Suiza, en cuyos laboratorios sintetizó Albert Hofmann la LSD 25 y la psilocibina, con los nombres comerciales de Delysid e Indocibin, concibió un uso tal para sus pharmacotheones –medicamentos divinos-: para el nuevo fármaco Delysid, bajo la rúbrica de indicaciones, Sandoz sugirió el empleo de Delysid –LSD 25- en psicoterapia analítica, así como en los estudios experimentales sobre la naturaleza de la psicosis, el psiquiatra, tomando Delysid, puede obtener una intuición sobre el mundo de ideas y sensaciones de sus pacientes mentales.

En esencia, Sandoz proponía al psiquiatra tomar LSD para acercarse al mundo del paciente, para ayudarle a adivinar las causas de la enfermedad. Exactamente el mismo uso adivinatorio que tenían y tienen los enteógenos entre los chamanes.

c) USO SACRAMENTAL:

Los enteógenos también se usaron en ritos comulgantes como elementos sacramentales, en la liturgia de las religiones organizadas, por ejemplo: el culto de los arios, escrito en los vedas, sobre una planta-dios-pócima llamada soma y usada como elemento central en ritos de sacrificios, en los cuales los sacerdotes se embriagaban con una pócima hecha de la planta que les llevaba al éxtasis.

Aún mejor documentado es el antiguo misterio de Eleusis, en el mundo griego. Durante casi dos milenios el misterio de Eleusis fue celebrado anualmente en la ciudad templo de Eleusis, cerca de Atenas. El anónimo himno a Deméter, del siglo IX a.C., y un fresco de Pompeya, es nuestra mejor fuente de información sobre estos misterios. Sabemos que los iniciados, cientos o miles a la vez, se reunían después de seis meses de ritos y sacrificios en un templo de Eleusis llamado Telesterión, donde tomaban una pócima llamada kikeón, que significa mezcla. Por los escritos de numerosos griegos eminentes, sabemos que los mistes o iniciados vieron la epopteia, una visión trascendental que fue novedosa, asombrosa, inaccesible a la cognición racional, como nos dijo Arístides durante el siglo II de nuestra era.

Estaba prohibido revelar detalles sobre la iniciación, Alcibíades fue condenado a muerte por haber profanado los misterios, preparar y beber el kikeón en Atenas. Hay evidencias que indican que Sócrates también fue condenado por profanar los misterios.

Quien fuera que hablara griego y tuviese el precio de admisión, equivalente a un mes de sueldo, podía presentarse para la iniciación pero solamente una vez en la vida. De la experiencia, lo único que no estaba prohibido decir, bajo pena de muerte, es que uno había visto ta-hiera –lo sagrado-. Habiendo pasado la noche en Telesterión, habiendo bebido el kikeón y presenciado la visión, el iniciado se convertía en un epoptes, uno que ha visto. Varios iniciados atestiguaron que fue la experiencia culminante de sus vidas.

Dos familias de hierofantes, los Eumólpides y los Kerikes, administraron el misterio durante dos milenios, y el secreto del misterio nunca fue revelado.

Cuando Wasson tuvo su primera experiencia de éxtasis enteógeno en 1955, se dio cuenta inmediatamente que había descubierto también el secreto de los misterios de Eleusis y del soma de los arios. Poco después Wasson escribió: “yo predigo que el secreto de los misterios se encuentra en las sustancias indólicas o bien derivados de hongos, plantas superiores o como en México, de ambos”.

Veintidós años después, en una conferencia, Wasson, con la ayuda de Hofmann y del filólogo de la universidad de Boston Carl A. Ruck, por fin presentó evidencias para su predicción. El himno homérico a Deméter describía la fundación mítica de los misterios, y mencionaba cómo Deméter rechazaba la oferta de vino y daba instrucciones para que le prepararan el kikeón, su pócima especial. La espiga de cebada era el símbolo de los misterios, la cual se cultivaba ampliamente por los alrededores de Eleusis. La teoría de Wasson, Hofmann y Ruck, queda recogida en el libro El camino a Eleusis, una solución al enigma de los misterios. Hofmann propuso que las propiedades enteógenas del kikeón procedían del hongo cornezuelo, que produce alcaloides tipo ácido lisérgico, el prototipo de la LSD.

El hecho que Deméter era llamada también “Erisibe”, que significa cornezuelo, da verosimilitud a esta teoría.

Volviendo a nuestros días, hay que decir que la iglesia nativa americana, con medio millón de miembros, usa el peyote como elemento sacramental, y en Brasil, el santo Daime usa la ayahuasca de la misma manera en su liturgia, como la santa hostia. De hecho, la hostia en la religión cristiana es un enteógeno placebo. Es una representación simbólica de la ingestión de un enteógeno primordial. Sin saber porqué los sacerdotes católicos siguen representando el uso inmemorial del sacramento verdadero del soma, amrita, ambrosía, kikeón, de los antepasados, o mejor dicho su equivalente en los tiempos precristianos en el Oriente Medio. Pero su placebo, su sucedáneo no tiene el efecto deseado, no da la ayuda farmacológica a la experiencia divina, la experiencia inefable que el kikeón proporcionó a los iniciados. No, ese sacramento postizo, esa patraña de hostia, requiere fe en la doctrina de la transubstanciación.

En contraste, el kikeón de los griegos, la soma de los arios, el hongo maravilloso de María Sabina, dan fe, son la prueba misma de la existencia del mundo del espíritu.

Sufrimos una crisis de fe en el mundo moderno, la crisis existencial, una devastadora crisis de culpabilidad, una separación del hombre con respecto a la creación. Máximos exponentes religiosos del planeta dicen que nos hemos desviado del sendero recto y estrecho de la religiosidad. Pero ¿acaso no serán nuestras religiones las que se han extraviado? ¿no son las religiones las que vagan lejos de la experiencia religiosa?

Jung dijo: “la religión es una defensa contra la experiencia de dios”, ¿no tenemos aquí la esencia del problema? Nos piden fe, sin ofrecer la prueba, nos ofrecen símbolos literalmente exangües en vez de carne y hueso.

Pero en el Telesterión de Eleusis, a los iniciados les fue otorgada una visión del fin de la vida, así como su principio divinamente concebido, como escribió el poeta Píndaro. Entonces el iniciado podría vivir en paz y morir con mejor esperanza, esto es lo que nos hace falta: la experiencia religiosa misma, y no la fe en su existencia. La esencia de la experiencia enteógena es el éxtasis; éxtasis: el retiro del alma del cuerpo.

En el estado extático, el bendito sujeto experimenta el Universo como energía, más que como materia. Blake escribió que la energía es deleite eterno.

Gracias a las ciencias físicas, sabemos que la energía y la materia son interconvertibles, de hecho el universo está compuesto de energía. La crisis ecológica se debe a que el ser humano percibe el universo como materia, como objetos de compra-venta y no como energía o espíritu, no como deleite eterno. Dedicados como estamos a tratar el planeta así, nos avergüenza saber que nuestro planeta vive y que cualquier lugar es un lugar sagrado. La tradición judeo-cristiana nos enseña que el hombre es una creación aparte, encargada de subyugar al mundo. Hay evidencias suficientes, científicas o no, que nos demuestran que esto es falso y nuestra experiencia diaria nos instruye que somos parte del ecosistema, un eslabón entre muchos en la red compleja de la vida. Nos urge cambiar nuestra orientación filosófica hacia el Universo, y los enteógenos son exactamente la medicina que requiere el ser humano hiper-materialista en el umbral del próximo milenio, un milenio que puede ser el comienzo de una nueva edad de oro, o la continuación y espantosa culminación de un cataclísmico holocausto biológico. Una vez más, las palabras de Wasson: “qué sensatos los griegos rodeando el misterio, esa ingestión de la pócima con secreto y vigilancia, lo que hoy se resuelve con una triptamina, fue para ellos un milagro prodigioso, inspirándolos a la poesía, la filosofía, la religión”. Quizás con todo nuestro conocimiento ya no necesitamos el hongo sagrado, o quizás lo necesitamos más que nunca. La madre Tierra sufre las consecuencias de todo este conocimiento moderno, especialmente la herencia judeo-cristiana que nos encarga de subyugar y dominar el planeta.

Como dijo el jefe Seattle:”la Tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la Tierra”.

Cualquier experiencia farmacológica, o no, que nos hace percibir como Blake, que todo lo que vive es sagrado, que todos somos hermanos y hermanas, negros y blancos, con dos patas o cuatro, con cien pies o sin pies, que el Universo, del cual somos una parte integral, es divino y sagrado; cualquier experiencia semejante puede ser de una importancia clave en ayudarnos a sobrellevar nuestro aprieto ecológico, una consecuencia inevitable de tratar al mundo como materia y no como energía divina.

Creemos que el uso contemporáneo espiritual de los enteógenos es una de nuestras mejores esperanzas para solucionar la crisis ecológica que amenaza el planeta y arriesga nuestra propia supervivencia, porque el homo sapiens se encuentra también en la lista de especies en peligro de extinción.

Necesitamos recobrar el misterium tremendum de la unión mística, el temor reverencial milenario que nuestros antepasados sintieron en la divina presencia, en el estado enteógeno que Wasson describió. La persona ebria de hongos está suspendida en el espacio y es un ojo desencarnado, que ve pero no es visto, de hecho la persona es los cinco sentidos incorpóreos, todos afinados a su máximo de sensibilidad y consciencia, todos entremezclados extrañamente a tal grado que la persona completamente pasiva se vuelve un receptor puro infinitamente delicado de sensaciones.

Mientras tu cuerpo yace en tu saco de dormir, tu alma es libre, pierde todo el sentido del tiempo, alerta como nunca antes, viviendo una eternidad en una noche, viviendo la infinitud en un grano de arena. Lo que has visto y oído queda grabado en tu mente para nunca ser borrado. Por fin sabes qué es lo inefable. Por fin sabes qué significa ÉXTASIS, ÉXTASIS.

Conferencia realizada por Jonathan Ott en la Casa América de Madrid en 1995.

Transcripción de José Luis García, 1998.

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