Pericia y el Psicocosmos, Jonathan Ott

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PSICONÁUTICA CATÓLICA

Presentamos con este artículo una nueva sección que versará, en su más amplio sentido, sobre la alteración de la consciencia por medio de sustancias psicoactivas. El autor de estas reflexiones es Jonathan Ott bien conocido entre nuestros lectores, como psiconauta, e investigador y, cómo no, autor del “ottiano” y magno Pharmacotheon.

Bienvenido al psicocosmos, querido lector. Soy psiconauta pertinaz, un curioso pertinente de ojo incorpóreo católico, un prosista del periplo. Peregrino yo, pendiente de la pericia psicopática. También soy neólogo empedernido, pero ésa es otra historia; además, aquí no se trata de neologismos míos.

Psiconautas (Psychonauten) se intitula un capítulo de la obra magna, naturalmente psiconáutica, Annäerunge: Drogen und Rausch (Acercamientos: Drogas y ebriedad, aún por salir en castellano: Ernest Klett Verlag, Stuttgart, 1970, Pág. 430), de Ernest Jüger, en la penúltima página (501) de la cual parece también psicocosmos (Psychokosmos), siendo éste el universo circunnavegado por el psiconauta, con o sin timón, al no decir rumbo. En cuanto a psicopática, es éste un anglicismo (Psychoptic) que justo acabo de introducir en el mundo castellanohablante de no haberlo empleado ya en Pharmacophilia o los paraísos naturales (Phantastica, Barcelona, 1998), un detalle que no recuerdo. Debo decir que fue un neologismo inglés en 1744, aunque se encuentra ahora en diccionarios, al menos en el Oxford English Dictionary, definido así:” lo que produce visión de la mente o el alma”; y no hay que confundirlo con psicoóptica (Psychooptic), cuyo significado es más bien fisiológico: “lo pertinente a la percepción mental de la vista”. Psicóptico me parece la palabra idónea para describir las visiones en sentido más estricto, percepciones mediante el ojo incorpóreo (o bien interior o, según algunos exterior), del psiconauta divagando por el psicocosmos. Tendríamos que acudir a la “neología” para darle voz a la percepción psiconáutica de carácter auditivo, psicauricular (inglés: psychaural) y, a su vez, psicolfativo, psicogustativo, psicotactil (psychofalctory, psychogustatory, psychotactile). De hecho, como poéticamente lo expresó mi difunto maestro R.G Wasson: “El ‘hongueado’ queda suspendido en el espacio, como un ojo descarnado, invisible, incorpóreos, viendo sin ser visto. En realidad, es los cinco sentidos incorpóreos, todos ellos afinados en el más alto registro de sensibilidad y atención; todos ellos mezclándose unos con otros en la manera más extraña, hasta que la persona, completamente pasiva, deviene un puro receptor de sensaciones infinitamente delicado. Lo que uno mira y lo que escucha parece ser una misma cosa… Ocurre igual con el sentido del tacto, del gusto, del olfato” (El hongo maravilloso. Teonanáctl. Micolatría en Mesoamérica, FCE, México, 1993; la traducción alterada por mí).

En cuanto a mi empleo extraño de católica en mi titulo, nada tiene que ver, desde luego, con el entendimiento común, es decir, fe o religión católica. La palabra griega se remonta mucho antes de aquella famosa institución, y su significado literal – dado como principal, tanto por el Diccionario de la lengua española (RAE) como por el de Moliner- es “universal”, “general, común a todos”. Es con ironía consciente que trazo psiconáutica católica, y no universal. Además, abarca ésta un doble sentido, siendo catolicón, pues, un “remedio universal” o panacea (efectivamente también son sinónimos en inglés). Dejémoslo claro de entrada y sin hablar remilgadamente: aunque viene mi madre de familia “católica”, tuve la suerte de crecer sin indoctrinación en éste ni en ningún otro culto. No soy católico, ni tampoco cristiano. No tengo religión alguna, ni me hace falta. Concedo al prójimo toda libertad religiosa y no me importan las creencias de otros, siempre y cuando no anden con afán de prosetilizar (lamentablemente, los católicos y religiosos en general se destacan históricamente por su mojigato celo proselitista; lo que viene a llamarse eufemísticamente evangelización, visto del otro lado la educación social, como por ejemplo por parte de los andinos suramericanos, cobra más bien carácter de extirpación, inquisición e incluso caracterizaciones más feas aun, siendo de la misma clase que conquista, esclavitud, explotación, expolio, genocidio, etc.). Soy psiconauta católico porque también (en las palabras aptas de Antonio Escohotado) soy “terrorista lingüístico” (aunque diría yo más bien revolucionario; y conviene recordar que los revolucionarios nos llamamos así por casualidad, debido al título de un libro de ideas sumamente heterodoxas: De revolutionibus orbium coelectium, por Nicolás Copérnico, del año fatídico, 1543). Es importante idear palabras nuevas para embellecer el fuero expresivo de nuestros idiomas: más importante aún es redimir palabras del cautiverio de propagandista y embaucadores, de aquellos que las han deformado y pervertido al servicio del engaño y el enturbamiento, en contra del esclarecimiento.

Cabe mencionar que soy americano en sentido amplio, por desgracia nacido en Estados Unidos, país que abandoné hace 13 años a favor de Iberoamérica, al no poder aguantar más el imperialismo bélico de Washington (tanto externo, contra todo el mundo, como interno, contra los 50 estados, cosa que pasa desapercibida afuera del país, y escasamente advertida adentro). Como ciudadano residente en el exterior, solamente me corresponde pagar el impuesto sobre Seguro Social, y no el de la “guerra y esclavitud”, por lo tanto, duermo más tranquilamente. Hablando de redimir palabras, soy americano, siendo natural del continente de Norteamérica (al igual que los canadienses y mexicanos); soy usano (neologismo mío, por analogía a estadounidenses) siendo un gringo. Aunque herede yo idiomas, sangres y culturas europeas, Europa sigue siendo para mí exótico, de una manera que no lo son, digamos, Chulumani, Bolivia o Manizales, Colombia o Río de Janeiro, así que me siento en casa casi por donde sea en las Américas (donde menos, es en mi propio país, tal vez debido al hecho de tener una pequeña injerta de sangre indígena). Ni siquiera he estado jamás en Irlanda, país de mi familia materna; mientra que Suiza, de la paterna aunque me encanta, no es mi hogar.

Destaco tanto estos temas para identificarme bien frente al lector. Aquí se trata de palabras mías, así que representan mis ideas u opiniones, de acuerdo a la información a mi alcance, y no pretenden ser objetivas, sino llanamente subjetivas. Las pretensiones a la objetividad científica, periodística, política y además son para mí patéticas e irrisorias. Me ubico como americano y no religioso, porque estas columnas versarán mayormente sobre lo relacionado al chamanismo americano, pues los chamanes son Psiconautas del mundo no letrado. Chamanismo nada tiene que ver con religión, siendo la religión, al contrario, su enemigo mortal. El chamanismo se asemeja más a la filosofía natural, o a la ciencia verdadera basada precisamente en la experiencia propia, la que, al convertirse en “la ciencia moderna”, viene cobrando cada vez más carácter religioso (o artificial: dogmático, político, teórico), hasta llegar a suplantar a las religiones clásicas como mano derecha del estado. Los chamanes son denominados a menudo “aquellos que saben”, y su sabiduría consiste en apoyarse sobre experiencia, no creencia, en estar siempre abierto, con afán de aprender. Equivale a reconocer de antemano que no sabemos nada a ciencia cierta, y que hay cosas que no podemos saber, como por ejemplo, respecto al origen del universo (o por ventura del ser supremo que supuestamente lo creó; o acaso de la milagrosa “singularidad” de cuya explosión se derive, etc.). Es ésta la única postura honesta, sin decir adecuada, para aspirar a aprender, tanto para el chamán como para el científico; todo lo demás es religión, ciencia cierta que presume tener respuesta absolutas, mientras todo científico verdadero sabe que la investigación siempre aporta más preguntas que respuestas, y aprender consiste en darse cuenta de que no se sabe nada a ciencia cierta. Es más, aunque llegue uno a disponer de información mayor, constituye un rompecabezas más y más complejo y minuciosamente fragmentado, cada vez más reacio a cualquier ensambladura coherente, sin hablar de divulgar un hermoso y elegante cuadro, ni mucho menos de incorporar todas las piezas. En pocas palabras, la certeza no cabe en la sabiduría. Así es el saber del chaman y del filósofo natural. Igual que cualquier profesión, desde luego, tanto en el mundo chamánico como en el científico, nunca escasean farsantes y personas deshonestas. Puede uno cerciorarse al menos de una cosa: lo “expertos” que presumen saber a ciencia cierta, los que aciertan que tal o cual ha sido comprobado, éstos no saben.

La psiconáutica chamánica tampoco tiene nada que ver con la <<New Age>>, no existe ninguna profesión más arcaica, más <<Old Age>>. Clasificar al chamanismo así, echándole una turbia mezcolanza de no sé qué, gran parte de la cual es más fantasiosa que sustancial, de mezquino contenido informático o intelectual (siendo más mercantil y religioso que otra cosa), es ignorante e irrespetuoso, y un insulto infame a uno de los aspectos más valiosos y sólidos de nuestra raza humana. Voy a discurrir aquí sobre una desemejanza de temas embelesadora, infringiendo el territorio de cualquier “especialidad académica” que estorba el paso. Mi única incumbencia es de aprender y esclarecer; mi única autoridad, mi experiencia propia. Por fortuna, no soy ningún experto. Mi calificación más augusta consiste en no saber nada, ¡aunque tengo yo una biblioteca excelente y, sí, acceso a una diversidad de información desmesurada!.

CAÑAMO.

Transcribe: Wraunm

Documento sin título
 

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Comentarios (3)

 

  1. [...] Chamanismo nada tiene que ver con religión, siendo la religión, al contrario, su enemigo mortal. El chamanismo se asemeja más a la filosofía natural, o a la ciencia verdadera basada precisamente en la experiencia propia, la que, al convertirse en “la ciencia moderna”, viene cobrando cada vez más carácter religioso (o artificial: dogmático, político, teórico), hasta llegar a suplantar a las religiones clásicas como mano derecha del estado. Los chamanes son denominados a menudo “aquellos que saben”, y su sabiduría consiste en apoyarse sobre experiencia, no creencia, en estar siempre abierto, con afán de aprender. Equivale a reconocer de antemano que no sabemos nada a ciencia cierta, y que hay cosas que no podemos saber, como por ejemplo, respecto al origen del universo (…). Es ésta la única postura honesta, sin decir adecuada, para aspirar a aprender, tanto para el chamán como para el científico; todo lo demás es religión, ciencia cierta que presume tener respuesta absolutas, mientras todo científico verdadero sabe que la investigación siempre aporta más preguntas que respuestas, y aprender consiste en darse cuenta de que no se sabe nada a ciencia cierta. Es más, aunque llegue uno a disponer de información mayor, constituye un rompecabezas más y más complejo y minuciosamente fragmentado, cada vez más reacio a cualquier ensambladura coherente, sin hablar de divulgar un hermoso y elegante cuadro, ni mucho menos de incorporar todas las piezas. En pocas palabras, la certeza no cabe en la sabiduría. Así es el saber del chaman y del filósofo natural. Igual que cualquier profesión, desde luego, tanto en el mundo chamánico como en el científico, nunca escasean farsantes y personas deshonestas. Puede uno cerciorarse al menos de una cosa: los “expertos” que presumen saber a ciencia cierta, los que aciertan que tal o cual ha sido comprobado, éstos no saben. —Jonathan Ott en “Psiconáutica Católica” [...]

  2. tiny.Cc dice:

    Descubrí este texto por suerte y hhe de reconocer es que lo he encontrado muy interesante.
    Siempre que pueda, retornaré con el ffin de ojear más

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