Relato de sueños, partículas y otros viajes

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(Tiempo estimado de lectura: 13 minutos)

Fragmento del libro: Relato de sueños, partículas y otros viajes, de Nadia Soledad García.

Planeta Tierra. Hemisferio sur. 14 °18’ latitud sur, 39°02 longitud oeste.

Una cabaña octogonal de techo de paja situada entre otros bungalows al lado de un lago en  medio de una selva, que forma parte de un proyecto de desarrollo personal y cura. Sentada sobre una colchoneta en uno de los 8 lados de la cabaña, de ojos cerrado, ella espera.

Antes, habían ido todos juntos al centro de la gran sala con un vaso en la mano cada uno para pedir por el esclarecimiento de dudas, aprendizaje, limpieza… cada cual con su intención. La de ella, simplemente no sabía cual debería ser. Tenía tantas que ni siquiera sabía por donde comenzar.

Entonces, lo único que se le ocurrió fue pedir que se le mostrase lo que necesitaba ser visto en ese momento.

Intención declarada, vasos colocados en el centro sobre un dibujo con forma de estrella de 8 puntas, hecho de piedras de río, incrustadas en el suelo- cada uno de los participantes bebió su poción. La poción era amarga, con sabor y textura de tierra, vino ácido, sangre densa de la selva.

Después se fueron a sentar, cada uno en su colchoneta a la espera, abriéndose a la experiencia.

Antes de esta experiencia, ella nunca había tenido ningún tipo de interés en algo que pudiese alterar su estado de conciencia. No había bebido prácticamente nunca, fumado jamás, nada.

Como decía su padre para aliviar la conciencia:

-“Todo lo que hago, tu no tienes que hacerlo. Lo hago para que no necesites probarlo”

Y claro, sin querer ella siguió el consejo a raja tabla, siempre observando todo tipo de estado alterado de conciencia desde fuera, como espectador, viviéndolos  por ósmosis y asociándolos con una manera de buscar la destrucción, la alienación y la fuga.

La resistencia era absoluta. Pero muchas cosas habían confluido para llevarla hasta ese momento, nunca antes ni siquiera imaginado, puesto que su vida era una constante búsqueda de respuestas, de encuentros casuales y de sueños. Y aquello que realmente le había dado el impulso final había sido ese último: un sueño.

En éste, estaba sentada con otras personas en un círculo, en una cabaña en la selva. De repente percibía que era para ese ritual, tan viejo como la misma Tierra, conocimiento antiguo y poderoso.

Asustada, cogida por sorpresa, no sabía qué hacer, pues estaba en una situación que para ella era sin retorno, un compromiso que no podía ni debía deshacer ,y estando allí “in situ” no había forma ya de volver atrás.

Entonces cuando finalmente un vaso llegó a sus manos, ella cerró los ojos y se dijo a sí misma:

-”Bien, ya estás aquí, no hay manera de salir de esto, entonces, ¿cuál sería la peor cosa del mundo a la que tendrías que enfrentarte?”

En ese momento vio que se abría debajo de sus pies un abismo muy profundo que llegaba hasta el mismísimo centro de la tierra -esa era por lo menos la sensación que tuvo- por donde ella bajaba o caía, y estando en la oscuridad de ese abismo, allá en el fondo sintió una tristeza tan grande que era como la tristeza de toda la humanidad, como si sintiese por todos juntos, por la tierra, por las personas, por todo y todos al mismo tiempo.

Entonces, después de experimentar la inmensidad de ese sentimiento desgarrador, ella volvió a abrir los ojos y supo en lo más profundo de su ser, que, si era esta la peor de las cosas y el más grande de los miedos posibles e imaginables para ella, podría sobrevivir y continuar viviendo.

Dos días después, su amiga -que por cierto, no quería que ella pasase por esa experiencia por sentir que no estaba lista- le llamó de una manera totalmente espontánea, sorprendiéndola con la invitación para participar por primera vez del ritual.

Y aquí está ella, en la sala de ceremonias, sentada.

Las primeras sensaciones fueron físicas. Primero sintió una gran necesidad de relajar el cuello y empezó a girar la cabeza de un lado al otro, de arriba a abajo, por mucho tiempo -pensó eso, pues aquí el tiempo parecía tener otra extensión- sintiendo que debía desbloquear esa zona, pues estaba rígida y dolorida, sin poder evitar el movimiento sistemático que parecía aliviarle y ser totalmente imprescindible.

Luego, estiró las piernas y cogió la punta de los pies con las manos, apoyando la cabeza en las rodillas.

Así permaneció una eternidad, en esa postura realmente extraña pero también extremamente necesaria, como creía en ese momento.

Después, sentada ya, empezó a sentir los aromas y olores del ambiente- e incluso algunos que llegaban de lejos, con el viento- de una manera que le pareció brutal, pues la invadían en olas, yendo y viniendo, haciéndola sentirse casi agredida.

Tal era la fuerza casi palpable y densa de ese nuevo sentido olfativo exponencialmente aumentado.

Fue así también que poco a poco, empezó a sentir el cuerpo como algo sumamente pesado y de tanta densidad que era como si estuviese pegada a la tierra, imantada, hasta la simple tarea de mover un pelo parecía ser algo de dimensiones faraónicas.

Se preguntó cómo era posible para el ser humano moverse o incluso bailar. Porque hasta el más mínimo gesto parecía completamente falto de sutilidad e incluso necesitar de una fuerza excepcional  y descomunal.

Era como si viese por la primera vez que aquellos movimientos imaginados por ella los más suaves y gráciles, fuesen apenas la mera actuación de una danza hecha por un ”robot hombre” puesto que no tenían nada que ver con lo que ella veía ahora como lo que le parecía ser la verdadera fluidez del ser más íntimo.

Entretanto, todo su cuerpo vibraba. Sentía como si todo su ser fuese un zumbido:” zzz……”.

Todo su cuerpo era ese sonido. Al mismo tiempo percibía a veces el sonido de una música a lo lejos -habían colocado música de fondo para acompañar la experiencia- pero esta no era solamente escuchada, sino sentida en diferentes partes del cuerpo, como si cada nota entrase en sintonía con ellas, sintiendo así cómo las notas la golpeaban en la cabeza, en las piernas, en el pecho, en zonas específicas, haciendo vibrar esas partes, haciendo extenuante la nueva forma de sentir la música.

Esto le hizo pensar en todas aquellas veces en las que escuchara música sin percibir realmente la importancia del saber escuchar. Y acababa de descubrir que ese escuchar era algo que afectaba a todas y cada una de las moléculas del cuerpo.¡Estábamos  sordos de cuerpo y de oído!

Pensó entonces en la sacralidad de la música y en por qué las culturas más antiguas la habían utilizado siempre como algo importante en los procesos más sagrados, de cura, de comprensión, de conexión, de conciencia…

En ese momento comprendió que era algo obvio y no podía ser de otra manera, pues eran de hecho muchas las interferencias y las transformaciones que el cuerpo vivía a través de esas formas de frecuencia, que eran el sonido.

En un momento dado  sintió como toda su atención se dirigía hacia el ombligo.

Si, eso mismo, el ombligo palpitaba, pulsaba como un corazón. Era como si todo se concentrase allí. Como un vórtice de energía irresistible.

Inclinando entonces y dirigiendo la cabeza hacia ese lugar, como para mirar más de cerca, para poder ver mejor lo que estaba pasando, se reconoció.

¡Ella estaba allí! En ese centro, ella era ese centro y el ombligo de su proprio mundo. Más bien un mundo pequeño, el del día a día, el de aquel personaje que aparece constantemente en nuestra vida que somos nosotros mismos y al mismo tiempo, no. Es, por decirlo de alguna manera, un papel que aprendimos a representar, por acción y reacción a nuestro medio, llevándonos a creer que ese era el fin y no solamente una actuación.

Lo que la llevaba a pensar en el peligro que representaba para ella esa posibilidad tan inherente al yo, la de transformarse en una caricatura de si misma, donde ese personaje que interpretaba, sería cada vez más exagerado, más acentuado, y como una vieja artrítica, su alma no podría hacer más las acrobacias y los cambios que dan sentido a la vida, impidiendo guardar en su interior aquel eterno niño que se maravilla a cada instante, cambiando y absorbiendo cosas nuevas.

El ombligo la fascinaba. Y le parecía algo increíble el hecho de conseguir olvidarse de si misma para ser ese personaje.

¡Casi milagroso! Porque ahora ella sabía que ese “sí mismo” era algo mucho más amplio de lo que siquiera podía imaginar, y no poseía una forma especifica, porque estaba en una constante adaptación y mudanza. Tampoco era femenino, ni masculino, pues había sido, era y sería, ambas cosas y ninguna, a lo largo de sus experiencias.

No sufría, ni amaba, ni sentía culpa, ni ningún sentimiento -que ahora ella identificaba como específicamente humanos-, porque conseguía ver en el espacio y tiempos infinitos, el orden y el equilibrio intrínsecos de ese aparente caos que era la existencia.

Estando absorta en ese estado, sintió así sin más, que era absorbida por el ombligo, que era la representación absoluta y final de su identificación con el personaje que ella vivía en ese exacto momento, comprendiendo así la palabra “Ego”, que era ahora para ella la fuerza primordial, aquella que hacía posible vivir ese rol, para conseguir vivir en la carne la experiencia humana.

Su cabeza permaneció así un momento, en aquella postura de explorador umbilical, transformándose súbitamente en la cabeza de un águila que entró en su propio ombligo, atravesó todo el cuerpo, para salir nuevamente por la  cabeza, dirigiéndose luego hacia el cielo.

Bien, en este momento muchos dirían o pensarían que se trata de un viaje astral. Antes ella pensaba eso, pero en este momento ya no tenía tanta certeza.

Cuerpo astral, no sabía. Veía ahora que todos esos conceptos adquiridos podrían ser más bien el fruto de la necesidad que el ser humano tenía en catalogar para sentir seguridad. Algún tipo de cuerpo, si, pero ciertamente todavía no sabía cual.

En fin, con esa salida del cuerpo ella empieza a volar. Visualiza desde el cielo, allá abajo, un desierto -como el de las películas de cowboys- y en él, un indio galopando, solo. En ese momento, percibe que observa y sobrevuela al indio, siendo un águila, pero es al mismo tiempo el indio que observa al águila. Como si los dos fuesen uno y sus mentes estuviesen totalmente conectadas, pudiendo ver el uno a través del otro.

Así comienza un viaje increíble donde ella es el indio y vive, como en una especie de flash-backs, episodios acelerados de toda su vida.

Percibe que en esa vida está en paz y en armonía con todo, y podría decirse que su existencia es vivida a través de una conciencia plena, pues entiende que todo tiene su lugar y momento exactos: todo es perfecto.

A partir de esta experiencia, pasa a vivir otras. Sin embargo observando siempre, desde la mirada de ese arquetipo, que ella siente como una parte de si misma, viviendo simultáneamente con sus otras partes.

De esta manera surge en ella la idea de la simultaneidad espacio/tiempo, pasado/presente/futuro. Aunque ella no es alguien dada a teorías que necesitan ser metódicamente desmembradas, medidas, pesadas, transformadas en ecuaciones, siente que todas esas nociones, incluso hasta el mismísimo conocimiento, son el fruto de una percepción extremadamente limitada.

Por ello, en ese exacto momento, al estar viviendo la expansión exponencial de todo su ser, nada se percibe de la misma manera y todo es mucho más fácil.

En ese estado la comprensión surgen en forma de ráfagas de imágenes, conceptos, sensaciones, visiones…, y ella sabe que todo está formado por minúsculas, microscópicas partículas que se correlacionan, funcionando como antenas, como microprocesadores, bibliotecas. Entiende así, que todo lo que existe está ligado y vinculado por medio de esas partículas, y que bastaría solamente re-conectarlas, recordando la forma en que cada una vibra, para poder acceder  a cualquier información deseada.

El conocimiento estaba en la partícula. Ella contenía  cualquier respuesta imaginable, si consiguiese, claro, recordar como vibrar en la sintonía requerida, para así poder acceder y reconectarse al conocimiento.

Sólo bastaba con acceder al archivo sub-atómico y vibrar en esa frecuencia. Podríamos decir que era como una radio, al apretar el botón o girar para sintonizar las ondas, más o menos así sería la manera de sintonizar con todo y cualquier tipo de información existente, solo que, la radio y el botón serían todo alrededor, incluso ella misma.

La sensación general dejada por la experiencia fue para ella de una total aceptación y comprensión en relación a la experiencia humana. Había vivido y experimentado todo eso desde una parte de ella que no era ni masculina, ni femenina, ni siquiera aquel “yo” con el que se identificaba. Era como su propia conciencia, pero en otro nivel o estado o dimensión, por lo que veía las cosas de una manera completamente desapegada de las vivencias y sentimientos humanos.

“Sabía” -pues más que saber era un sentir- que todo era una experiencia, fuese ella fantástica, maravillosa u horrible, ya que nada era realmente importante cuando se veía algo con los parámetros del infinito.

Sintió que aquella parte de sí, esencial, nunca sería afectada. Era como si existiese un huracán a su alrededor y este representara la múltiples e infinitas posibilidades de sí misma y sus innumerables experiencias siendo vividas, y en el centro de ese huracán estuviese su esencia, aquella parte única, que al mismo tiempo observaba, era y experimentaba a través de todas sus otras partes manteniéndose al mismo tiempo intacta.

Pero ella había sentido que vivir en permanencia en aquel estado esencial en su “conciencia humana”, era una locura.

No había identidad y se estaba tan desapegado, que se veía todo como una perfección absoluta.

Todo, en aquel estado, encajaba y tenía sentido. No había sufrimiento, ni dolor, ni amor, ningún sentimiento conocido por ella que pudiese alterarlo o marcarlo. En él todo se vivía con la comprensión y la conciencia de que los actos y consecuencias tenían su razón de ser, y finalmente, el derecho inalienable de existir, ya que la conclusión sería siempre la misma: la perfección.

Bien, ella sabía que esto era algo que muchos soñaban vivir algún día, o probar, pero su sensación era la de no poder vivir así eternamente. Por eso existían justamente esos movimientos, esas ondulaciones que eran todas las experiencias vividas.

También comprendió que todo, al fin y al cabo, estaba absolutamente mezclado o fusionado.

¿Cómo podía creer el hombre que, tanto él, como todo lo que hacía parte de su universo era solo el resultado de lo que él conseguía concebir?

Eso era un concepto extremadamente limitado y falto de imaginación o inspiración.

Así vivíamos, en un conocimiento egocéntrico y desconectado de todo. Nuestra visión era estrecha, nada flexible y más aún, carente de humildad.

Finalmente, tal vez, la comprensión mas importante a la que llegó es la de que la aceptación es el único camino. Y la entrega.

La existencia o no de realidades paralelas, de vidas vividas o aun por venir, de viajes dimensionales, de sueños lúcidos, de otras realidades e infinitos”yoes”, de la posibilidad de transformar la materia, de traspasar el tiempo, de vivir la magia, del sufrimiento, del amor, etc, eran tan solo el  resultado, no el objetivo final.

Nuestro mundo interior es tan amplio como la propia existencia. Todo está dentro. Y fuera. Y al mismo tiempo, ninguno de los dos existe. Y ambos son.

Poder observar de una perspectiva más global nuestro paso por la vida permite, tal vez, darle su justa importancia. Ni más, ni menos.

Somos moléculas, átomos, cuerdas, partículas, pero también somos océano, astros, galaxias, universos, frecuencias que se cruzan, mezclan, sintonizan, cambian.

Y lo más difícil: son.

Ser por si solo es el mayor de los retos. No creer ser, como pensamos la mayoría.

Pero, como todo es perfecto finalmente, cada partícula vibra dependiendo del momento en el que se encuentra en la frecuencia que le es más adecuada.

“Al ser partícula ínfima e infinita, acepto con amor lo que soy, en este instante preciso y precioso.”

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Biografia

Nadia Soledad García, nació en el norte de Argentina y se crió en el nordeste de Brasil.

Actualmente, su dedicación principal es la música, donde ella compone, canta y toca la guitarra. En sus inicios como compositora y cantante, fue finalista en el concurso de Jóvenes Compositores de Las Islas Baleares. Empezó a escribir poesía en la adolescencia, siendo algunos de esos poemas publicados en periódicos de la región de Bahía. Esos mismos poemas fueron los que después le llevarían a crear sus primeras composiciones.

Desde muy temprana edad ha buscado en la filosofía, la espiritualidad y la ciencia, la comprensión del mundo que la rodea y de sus sensaciones, y es a raíz de esta inquietud que ella ha escrito su primera “novela”, o más bien, una síntesis de su percepción de la realidad, con visiones y otras historias, dentro una trama autobiográfica.






 


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