Rosa Giove: Madre Ayahuasca

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(Tiempo estimado de lectura: 4 minutos)

En medio de la oscuridad de la noche, en el profundo silencio de la selva (que nunca es silencio completo por el chirrido de las chicharras, el canto de las aves nocturnas, el deslizar furtivo de los reptiles…) se eleva el canto sagrado del shaman, el “icaro“, conduciéndonos dentro del mundo mágico de la Ayahuasca, planta maestra de la Amazonía. Nos hundimos en la profundidad de la tierra, sólida, tibia, acogedora, madre de la liana. El “icaro” es grave, removiendo nuestra esencia fundamental, terrenal y, de pronto, asciende en ligeras cadencias, compitiendo con el viento, y es entonces la esencia volátil la que nos remonta al cielo en un vertiginoso vuelo sin alas. Sentimos crecer dentro de nosotros la planta, el animal, el espíritu al cual nunca nos sentimos cercanos y que, ahora, descubrimos formando parte de nuestro ser trascendente.

Cálida, dulciamarga y fuerte, fluye en mi cuerpo con el sabor acre de las cosas buenas. Un paisaje despejado ante mí, mucho cielo azul, viento, sol y tierra.

Al apagarse la luz y al conjuro de los icaros, veo junto a mí a una adolescente que, saliendo de la botella que contiene la pócima de la Ayahuasca, crece mientras va bailando. Tiene rasgos amerindios, pelo negro, lacio y largo y ojos rasgados. Su cuerpo flexible es vegetal y danza alrededor mío mientras sonríe y conforme va girando, envejece sin perder gracia en el movimiento. Es ahora una anciana afectuosa y amiga y la siento protectora: me sorprende. Y entonces su mirada se pone traviesa y vuelve a ser joven.

La Ayahuasca me toma de la mano y raudamente me lleva a través de bosques y aire hasta el mar. Allí me sumerge, pese a mi temor, y descubro con sorpresa que lo que yo creía un lugar peligroso y desolado es un mundo lleno de vida, peces de colores, corales, luz y tibieza. En el fondo marino descubro un cofre mohoso en cuyo interior me reencuentro con una parte mía ahí encerrada. Y recién entiendo la mirada traviesa de la Ayahuasca y la intención que escondía al llevarme con ella.

Me veo luego por un camino bordeado de flores hacia un castillo fortificado donde sé que se guarda un tesoro al cual uno puede acceder utilizando una llave.

Somos muchas personas en el peregrinaje… varias van quedando en el camino.

De pronto, en un claro del camino, encuentro a la Ayahuascamujer, siempre bailando, que me muestra que porto la llave sin darme cuenta. Me precisa que no basta tener la llave sino que hay que encontrar la puerta y la cerradura y aún así, uno tiene que saber abrirla. En este caso yo tengo la llave y veo la cerradura pero no me corresponde abrir la puerta. Es otro quien debe hacerlo. Cada uno debe encontrar en el camino su propio complemento, descubrir su propia función.

En el transcurso del viaje percibo una canción desconocida que surge espontáneamente en mi voz: la Ayahuasca me enseña cómo invocarla mediante un “icaro“[2].

Madre Ayahuasca, madre …

Llévame hasta el sol..

De la savia de la tierra hazme beber

llévame contigo hacia el sol

del sol interior hacia arriba,

hacia arriba subiré.

Úsame, háblame, enséñame

enséñame a ver, a ver más allá.

Madre . . .

Enséñame a ver,

a ver al Hombre dentro del hombre

a ver el Sol dentro y fuera del hombre

enséñame a ver …

Usa mi cuerpo, hazme brillar

con brillo de estrellas,

con calor de sol,

con luz de luna y fuerza de tierra,

con luz de luna y calor de sol

hazme brillar

Madre Ayahuasca … madre …

Fluctúa, oscila y ulula tu voz en mi cuerpo. No te escucho ni veo

pero vibro con tu calor lejano.

Ayahuasca, esencia viva, mujer etérea, inmaterial y vegetal.

Madre amiga, sin tiempo, idioma universal.

Gracias a ti, mi mente se funde y reencuentra con Dios y con lo eterno.

Vislumbro a través de mil colores y formas al Ser-espíritu

perdido en la alborada de los tiempos, en mi cerebro..

Memoria lejana antes de mi ser …

¿El AMOR estará grabado en mi genoma? …

¿Dónde TU? …

Guiada por un sueño, me he sumergido en el mar.

Mar inmenso y transparente,

lleno de color y vida,

tibio, luminoso y acogedor…

tengo una cita allí … desde hace años …

conjunción con mi Yo profundo,

aquel que acallé‑enterré hace milenios y que no muere …

que me llama sin voz desde el fondo del mar,

escondido en mí misma,

que me asalta en sueños irreales,

que me agita el corazón sin saber por qué.

Que sembró la semilla de la realidad paralela,

de la realidad impersonal y no lo entiendo …

y me resisto a verla, … pero allí está . …

Deberé acogerla en mí … y continuar …

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[1] Rosa Giove, médico-cirujano, es miembro del centro TAKIWASI.

[2] Este “ícaro” se repitió una y otra vez en sesiones y sueños, hasta que, venciendo mis resistencias, se me impuso y tuve que contarlo. Ha sido el primero de una serie que considero me ha ido enseñando la planta ayahuasca.

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