Syd Barret

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(Tiempo estimado de lectura: 18 minutos)

“Todo lo que quería hacer cuando era un niño era tocar la guitarra y hacer el cabra. Pero se me puso en medio demasiada gente.”

Entrevista a Syd (Roger) Barrett, Rolling Stone.

Syd es un chaval algo inseguro, al fin y al cabo un artista de escuela. Es el interesado en explorar nuevas vías, con éxito ya demostrado. Vías de colores, de canciones que son casi imágenes, con humor y calidez naif. Pero en el jardín de Syd entra un hombre negro. Sobre la valla verde ha dejado colgado su disfraz de amigo y compañero. Es Roger Waters y sabe que las flores son bonitas, pero también que no resisten las pisadas.

Final I.Roger Waters.

Roger es, en realidad, el enfermo mental. Sufre de una inmensa autocompasión, debido a la pérdida de su padre, y se cree merecedor de toda la atención del público. Rechaza a todos los que le rodean, a cosas como la cultura popular e incluso a sí mismo y a su pasado. Se cree un artista y lo cree con pasión febril. Entra en depresiones cuando el público no le adora y lo achaca a que no es entendido. Vamos, el típico perfil del egomaniaco. Y ha encontrado alguien que hace sombra: Syd, que le roba la atención, Syd, al que el público entiende, Syd, el que tiene el olfato pop necesario para vender sus cosas, Syd, el de la fantasía y la fantasmagoria infantil, Syd, el de buen ver…

Y Roger quiere contar las cosas a su manera. Quiere que el grupo sea más artie, como luego lo fué, quiere todo más ego-centrado, menos fantasioso. Más serio. Más suyo. Y por eso protagoniza una campaña de agresión y derribo contra Syd, el que menos cosas en común tenía con el grupo de snobs de la Escuela de Arquitectura. Uno de esos mobbings cotidianos como los que todos vivimos entre amigos o familiares, hecho de calumnias, acusaciones, malos rollos y ambientes espesos. Syd es debil, porque Waters que no es tonto ya ha observado lo mal que encaja el rechazo, lo mal que lleva la hostilidad. Encima su abuso de las drogas no hace sino agravar su inestabilidad. Incluso Syd tiene rivalidad hostil en su propia casa, Duggie Fields, compañero de piso, un artista psicodélico y un envidioso del copón (“Syd era todo encanto, no importa lo que hiciera, siempre tenía tu atención”, “Chicas increibles venían al piso, enloquecidas, se tiraban literalmente encima de Syd”) que puteaba al aprensivo Syd con su discurso de soplapollas artistón, que si yo no me vendo a las masas, que hay que ver que chungo es ser una pop-star, que mira que cuadro más bonito he pintado sobre un culo de gato mirando a las estrellas… Más tarde, y acerca de la reclusión y la locura de Syd declararía “Yo no creo que esté loco. A pesar de su imagen era un tío corriente, no era tan original como nos hizo creer, tenía ideas bizarras acerca de una vida de clase-media y “establecerse”. Nosotros no quisimos admitirlo por lo que veíamos en él, pero era así”. Esto debe tomarse aquí, como la declaración de un envidioso a toro pasado. En el Final III tendrá otro sentido. Pero no nos adelantemos.

Pronto, todo se le pone de cara a Waters y no perdona. Porque Waters, como todos los que tienen su enfermedad, es cruel con su enemigo, aunque cobarde. Recordemos como fantaseaba en arrojar bombas sobre el público en su performancia de The Wall. Recordemos como, diez años después, acabaría con Wright solo porque pesaba. De la misma manera que lo hizo con Syd, pero ya con el toro asido por los cuernos. Recordemos, finalmente, esta entrevista a Roger Waters, después de la aparición en 1975 del libro de canciones de “Wish you were here” (¡!), que bien se lo podía uno tomar todo, después de leer esto, como una confesión en vez de un homenaje.

“Nick Seddgewick: Mucha gente me ha remarcado lo triste que es el álbum…

Roger Waters: Estoy contento por eso… creo que el mundo es un (fucking) sitio triste… ahora mismo me encuentro huyendo de todo eso. Estoy muy triste por Syd, durante años nunca lo he estado. Durante años supuse que era una amenaza por todas esas paridas que escribían acerca de él y nosotros. Por supuesto él era importante y sin él la banda nunca hubiera (fucking) empezado ya que escribía todo el material. Nunca hubiera podido ser sin él, pero tampoco hubiera podido seguir con él. Podrá ser o no importante en términos de la Antología del Rock´n Roll, pero no es tan importante en términos de Pink Floyd como la gente cree. Por lo que pensaba que yo estaba amenazado por él. Pero cuando vino en persona a las sesiones de “Wish you were here”- irónico de por sí- para que vieramos a ese hombre gordo, calvo y loco… El primer día que vino me saltaron las (fucking) lágrimas. ”

Entra en escena David Gilmour, la especie de pelele que Waters necesita. Sabe lo que el público quiere y es un gran guitarrista de blues, pero carece del talento necesario para roer las cuerdas de la marioneta que Waters le vá a tejer.

Perfecto.

Aún así Wright comentará que, una vez con Syd fuera del grupo, Peter Jenner (su mánager) le come la cabeza diciéndole que él y Syd son las almas creativas de Pink Floyd, que podrían juntarse y ser grandes. Wright, que quizas se olía el pastel y ya tenía intuiciones del panorama que se avecinaba bajo la ferrea mano de Waters, no duda en decir que sí. Pero pronto se desengaña, Syd no está para muchos trotes.

Pero aún no ha acabado el maléfico plan del caraculo de Waters. Al parecer, Syd vuelve a juntar las piezas y se dispone a grabar un disco. A Waters le tiembla la mano de rabia, el niño bonito sigue queriendo ser el rey de la fiesta. Su desaparición solo ha servido para aumentar la expectación. Bajo la batuta de Gilmour, el cual no es sino el pelele de Waters, Syd graba sus dos discos. Gilmour es amigo de la infancia de Syd, y de alguna manera se siente culpable (o Waters habilmente le ha hecho sentirse culpable) por desplazar a Syd, por lo que intenta enmendarse ayudándolo. Pero Waters controla el proceso y utiliza a Gilmour para hundirlo aún más con su planificado ataque personal. Él mismo se acerca a meter un par de bajos (¿qué poco, no? para el crazy diamond…) y a rematar la faena. Incluso esto podría explicar que se retenga “Opel”, por la pura razón de que a Waters (utilizando a su golem Gilmour) no le apetecía que se viera a otro Syd que el que él quería que se viese. Al cadaver mental que habita en el cuerpo de Roger Barrett. Quizas también podría explicar por qué Gilmour se sienta tan culpable hasta el día de hoy (felicita amargamente a Roger (Barrett) su 60 cumpleaños en su blog, intentando enmendar su figura con los tópicos “el brillante genio de la época psicodélica, que pena que se quedara tan chingado, etc…), más allá de la culpa “profesional” por sustituir su hueco, aún más allá de la culpa “artística” por no dar la talla… Gilmour se siente culpable porque colaboró en la destrucción del astro sin saberlo y cuando se enteró de quién era el loco de verdad, ya habían pasado diez años y Syd Barrett está muerto y enterrado.

Pero bueno, estas sesiones de tortura, casi póstumas (como las mutilaciones palestinas a los cadáveres judíos para evitar que entren enteros en el Cielo), acaban finalmente con Syd, que descompuesto ya por fin, se retira a su celda a pegarse cabezazos y a matar a Syd, a olvidarse de la infelicidad. A intentar ser Roger Barrett, uno más.

Hasta el día de hoy, oir el nombre de Pink Floyd solo le trae malos y desagradables recuerdos que le sumen en una depresión que le dura semanas, ¿por qué?. No quiere hablar con la prensa y en las pocas entrevistas que le roban, abriendo la puerta en calzoncillos o comentando su ropa sucia, niega su pasado.

Final II. Flatmates, 101 Cromwell Road.

Aubrey “Po” Powells y “Scottie” los misioneros visionarios del ácido, Duggie Fields el artista psicodélico rival, Lindsay la novia ideal y luego Iggy, la esquimal de la portada de “Madcap Laughs”, como una especie de mini-Yoko Ono, Jonty Meades el straight-cat, las visitas de Pete Townshend, Mick Jagger y Marianne Faithful…

Ácido.

Y los traumas de la infancia. La pérdida de su padre y una madre sobreprotectora que lo presiona para que sea algún tipo de estrella. “Todo el mundo dice que fué feliz de niño, no sé por qué, pero yo no lo fuí”. Dice Syd Barrett. Es curioso, oyendo sus canciones. Esta es más o menos la versión oficial, la que le interesa a los Floyd y a la que se le echa leña periodística. Es lo que pasó, se juntaron el hambre y las ganas de comer y patapún, Syd explota. Como muchos de sus contemporaneos, cae víctima de la droga, Joplin, Hendrix, Wilson, Green… la bruma púrpura se levanta y solo se ve un montón de cadáveres. Todo cuadra.

En la grabación de “See Emily Play” Syd empieza a dar las primeras muestras de cuelgue serio. No responde a las conversaciones y su mirada, entre burlona y ausente, espanta a su grupo.

La desastrosa gira americana pone sobre a viso a todo el mundo, desde el grupo a Peter Jenner, manager ( luego abandonaría el barco a la vez que Syd), el cual más tarde diría que el ácido era a la vez fuente y sumidero para Syd: ” Estoy seguro que su creatividad salía de su locura. El ácido trajo la creatividad, pero lo que és más importante, trajo la locura.”

Syd se olvida su guitarra, se olvida su ropa y su dinero en ella por todos los rincones de los USA donde tocan. No sabe si está en Las Vegas o si está en Hollywood. Desafina su guitarra y permace en el escenario tocando una y otra vez el mismo acorde amorfo. Aún así, hay quien cree que Syd no es una víctima de la droga: “a pesar de que hay muchos afectados en estos tiempos, Syd no es uno de ellos. Simplemente, él es de Marte”.

Scotty es un predicador del ácido, un colocado de campeonato. Por lo que se dice de él, es como uno de esos curas del oeste que esconden una botella dentro de la Biblia recortada, solo que él escondía una botella de LSD puro. Syd es el loco de la fiesta, el despreocupado y el alma libre (como veis, una vez más aparece de víctima) y es el objetivo natural de las aves de rapiña y graciosos de todo tipo. Le colocan a todas horas, en el té, en el agua, como sea. Cuando se desfasa demasiado le encierran en el armario. Incluso suministran ácido a los gatos de Syd, “Pink” y “Floyd”. “El pobre chico no sabía si estaba colocado o no, no tenía la oportunidad de saber cuando se estaba restableciendo la realidad”. Todos los que visitan el piso lo saben y evitan tomar nada allí, recelan de todo, menos del agua del grifo, y sólo si se la sirven ellos mismos. Como Jimi Hendrix y todos los que le pegan al ácido bien pegado, pasan de los secantes y se dan al ácido líquido, lo cual es bastante decir. Preparan terrones de azucar cargados con ácido, pero como lo tocan al untarlos, el ácido penetra por absorción cutánea y se colocan en el proceso, olvidándo cuales son los cargados y cuales no. Añaden al asunto unos cuantos Mandrax (mandies), unas pastillas de derivados barbitúricos que estaban de moda y que eran el Trankimazin de la época alucinógena, destinadas a calmar el sistema nervioso después de un viaje. Aunque las grandes dosis impiden pensar normalmente, ver normalmente y percibir normalmente el tiempo y el espacio.

Es famoso el incidente del Mandrax y el Brylcreem (un producto para el estilismo capilar masculino, ligado a la historia del pelo y el rock´n roll). Syd está en camerinos ansioso porque su pelo no le queda bien. Al parecer esta vez la permanente que le acaban de hacer en Vidal Sassoon es una cagada. Cansado de intentar arreglárselo, opta por una salida curiosa. Mezcla un porrón de mandies con Brylcreem y se lo unta en su cabellera. Sale a escena y con el calor de los focos, poco a poco la mezcla se vá derritiendo y resbalando por sus ojos, su cara… las niñas de la primera fila se horrorizan. ¡Syd parece una figura de cera derritiéndose!.

La rotura de Syd empieza a ser cada vez más notoria. Las cosas se van complicándo y empiezan a circular rumores cada día un poco más extraños. El más horrendo y el que más corrió es el siguiente: Lindsay, la novia perfecta de Syd aparece en las escaleras de la casa de Jenner seriamente maltratada.”Estaba empezando a ponerse algo loco(por navidades)(…)la esquizofrenia se había instalado” decía Lindsay Korner antes del incidente. El alcance de las lesiones que presenta es confuso, debido a la variedad de declaraciones. Al final, parece que o bien el incidente no fué para tanto, o los testigos decidieron silenciarlo debido a la gravedad, para no manchar la imagen de Barret. Se dice que le rompió una guitarra en la cabeza, se dice que la tuvo encerrada durante dos semanas en una habitación, pasándole la comida por debajo de la puerta, solo entrando para pegarla.. No se sabe si esto pasó de verdad, pero algo si pasó, pues Lindsay ya no volverá.

Syd Barrett ya es un muñeco roto certificado. Esquizofrénico o no, pillado o no, Syd ya no se sentía en si mismo, cosa que desde la letra de “Jugband Blues” hasta hoy en día deja claro, como se puede ver en sus incoherentes y descompuestas declaraciones. Sin embargo, nunca hablará explicitamente de traumas de la infancia, ni tampoco mencionará las famosas “voces”. Si se referirá a una extraña descomposición de su psique, habla de “poner las cosas en su sitio”.

Gilmour presiona para que un psiquiatra examine a Syd, pero no hay mucho entusiasmo en la estrella que esta muriendo. Finalmente deciden consultar a un psiquiatra algo abierto de miras, prescindiendo de médicos ortodoxos que (sin duda) sepultarían a Syd en una institución mental para siempre. Se ponen en contacto con R.D. Laing seguidor de la hipótesis de que la locura solo está en el ojo del espectador. Escucha una cinta de Syd conversando. Su veredicto: “incurable”.

La banda le ha dejado en la estacada, por lo imposible que es sacar algo de él. Sin embargo, intentan, especialmente David Gilmour, que Syd siga ocupado. Se puede decir que literalmente le agarran a la silla y le pegan la mano a los trastes para que siga componiendo. Pero Syd está muy mal. Se recluye en su foso y solo camina y camina por las calles de Londres. Tiene incidentes con la policía (antes ya los tuvo por viajar de ácido en un tejado) por dormir al aire libre.. Pasa semanalmente por la oficina a cobrar los derechos de las canciones, renta de la que vivirá hasta el futuro. Siguen los rumores, una vez que Syd está ya en la periferia de la razón. El ha mencionado algo en su mumble-mumble acerca de “trabajar realmente”. Se comenta que ha estado trabajado en una fábrica durante una semana y luego lo ha dejado. Se dice que se ha enrolado en la Escuela de Arquitectura y luego lo ha dejado. En realidad, Syd parece ser que se dedica a pintar. Pinta sus cuadros y luegos los quema. “Yo no pinto, pero el chico que vive en la puerta de al lado lo hace y eso es suficiente”. Será su pasatiempo favorito en estos 35 años de ermitaño, junto con pintar las puertas de su casa de diferentes colores. David Bowie y otros adinerados fans de Barrett logran hacerse con ejemplares salvados de la quema.

Pero Syd no se abandona totalmente. Desde que deja la banda hasta el 71 saca sus dos discos en solitario (pegándole aún bastante al mandrax, todo hay que decirlo). Aunque se puede decir que los discos se graban más por la fé y por la voluntad de David Gilmour que por el deseo de Barrett. En las tomas David se colocaba en la puerta, con dos pedazos de alfombra enrollados en cada pie para no hacer ruido en las grabaciones, y cada vez que Syd se descolocaba o se movía de la silla, entraba a ponerlo de nuevo en su sitio indicándole que debía hacerlo. Pero al finaltodo sale bien, procesable de alguna manera. Y en la conocida entrevista de ese año al Melody Maker anuncia aún más trabajos y buenas canciones. Menciona que le gustaría poder producirse a si mismo (pongamos esto en parámetros del Final I: Roger Waters. Quiere librarse de la larga mano de Waters. Ahora volvamos a lo nuestro, Final II: Flatmates, 101 Cromwell Road) , y lo dice casi como condición sine qua non. Está “poniendo las cosas en su sitio”. El pelo le está creciendo de nuevo (se lo rapó al cero: “Adios a ser una estrella del pop”) y, aunque reconoce que es imposible para él volver a hacer giras y volver a ser lo que fué para su público, parece que vá a seguir trabajando, desde un enfoque un poco más relajado. No quiere hablar del ácido, incluso niega que lo tomara.

Un año después se embarca en un nuevo proyecto con su nueva banda de directo: Stars, formada por el bajista James Monk y un tal Twink, batería. Ambos sospechosos en grado sumo de oportunismo. Con ellos dará su último concierto, el 24 de Febrero de 1972 en Cambridge. Rob Chapman, de Mojo, estuvo allí:

“La mayoría de la peña se había achantado cuando los Stars aparecieron por allí. No debía haber ni 30 personas en ese sitio. Debía de ser la una de la mañana y las luces estaban encendidas cuando ellos entraron. A Syd se le veía brillante, con pantalones de terciopelo púrpura, botas de piel de serpiente, pelo indomable, ojos espantados… Tocaron seis o siete canciones, Lucifer Sam del “Piper..”, algunas de los álbumes en solitario, Octopuss y Gigolo Aunt y la inevitable, informe, improvisación de blues, después de la cual Syd dijo “No me acuerdo del título de esta”. Había atisbos de brillantez, pero de nuevo todo volvía a degenerar en el caos. Se cortó los dedos con la guitarra en cierto momento y una chica se subió al escenario a bailar con ese espíritu de los 70 tipo “vamos a unirnos todos”. Syd la miró de reojo y se marchó. Los demás empaquetaron sus instrumentos y también se fueron.”

La semana siguiente no aparece en una cita apalabrada en la Universidad de Essex. No lo volverá a hacer. La carrera de Syd Barrett ha acabado para siempre.

Final III. One Hit Wonder.

“Todos los movimientos se llevan a cabo en seis etapas y la séptima trae retorno.”

Chapter 24. The Piper at the Gates of Down.

Este es el Final que más me gusta. Por un solo motivo: es el único que no presenta a Syd como víctima. Bueno, la verdad es que si en verdad hubiera acabado completamente loco por las drogas, tampoco lo consideraría una víctima. Pero nuestro super-ego sí. La verdad es que estoy cansado del victimismo. ¿Vosotros no?. Todos somos víctimas, basta escuchar la canción de Haendel con la que empieza “Barry Lyndon” (que, aparte, es la película que yo pondría a un ser ultraterrestre para explicarle qué es la vida), víctimas de nosotros mismos y de fuerzas y poderes demasiado grandes. A ambos no se les puede culpar. ¿Por qué buscar entonces otros verdugos-hormiga?.

Syd Barrett iba para pintor. Quizas como cualquiera que haya hecho algo relacionado con el arte, se deleite pensándo en que podría dedicarse a ello a tiempo completo, algun día. De repente se vé en los Pink Floyd, con una guitarra, dando las sesiones UFO…

Conecta con el público y con la coyuntura. Quizas esté dando los pasos correctos. Quizas ya sea una estrella. Syd no oculta sus deseos de ganar dinero a tutiplen, de poseer una casa y un coche lujoso. “John Lennon vive en una casa en las afueras y yo tengo que vivir en un piso compartido”.

Pero eso no es lo único que le atrae de la fama a Syd, experto en replantearse todos los convencionalismos, y en reformularlos según su propia lógica, ayudado por su olfato. ¿Y qué es la fama sino una convención social?. Syd empieza a buscar. Y busca en los libros.Syd resulta ser un gran lector de literatura metafísica. La religión será una de sus principales preocupaciones durante su etapa de estudiante en Cambridge. Incluso intenta entrar en una logia secreta de iniciados formada por alumnos y profesores de Cambridge, donde le rechazan por ser “demasiado joven”, para su gran desilusión. Resulta que cae en sus manos el “I Ching”, el Libro de los Cambios, un volumen que se estaba poniendo de moda entre los hipsters londinenses. Una especie de fontana infinita de sabiduría y proverbios, en donde se fundamentan los taoistas y los seguidores de Confucio. Asimismo, como curiosidad, resulta que el libro también sirve de horóscopo poético, interpretando las evoluciones del lanzamiento aleatorio de piedras o monedas. Su uso se difunde tanto que es de conocimiento público que todas las decisiones de calado que se han de tomar en el sello “Apple” de los Beatles se deciden según los designios del mentado horóscopo. El caso es que Syd se ilumina leyendo el capítulo 24, de donde extrae su conclusión acerca de lo que es la fama, aparte de la canción homónima para el TPATGOD, el álbum que será su éxito definitivo. Si eso no es olerse el percal, que venga Confucio y lo vea.

A partir de aquí, Syd experimenta la fama ya no como concepto, sino como realidad. Yo no quiero pensar en él como un drogado errabundo, sino como un tío más despierto de lo normal. Se queda con todo. Se lo pasa todo lo bien que puede en su nuevo piso lleno de personajotes y ácido. Pero ya tiene claro que el camino que ha empezado (y donde está momentaneamente parado disfrutando de las vistas) ya lo ha recorrido en su cabeza y que al final no hay nada, y que el que vá a llegar ni siquiera vá a ser el que empezó. No siente aprecio por el compromiso entre un artista y el público, o ya en más gordo, entre el artista y la Humanidad. Vease su burla-parodia ácida de Dylan, “Bob Dylan´s blues”. Se ha visto obligado a condensar sus ideas en sencillos de tres minutos para estar en la onda, pero una vez allí ya no le sale de nuevo, o no siente la necesidad de hacerlo. La gente ya ha pagado por un Syd Barrett que no era el de la foto, basta de engaños. Syd ni siquiera se quiere engañar a si mismo, ya no quiere más Pink Floyd, porque eso solo significa más presión del público, más presión de la banda, más presión por todos lados. Y dicen que un diamante también se puede convertir en carbón.

En el escenario no rinde porque no siente la urgencia de protagonizar un sueño que ya no es suyo. En el nuevo disco se limita a dar una explicación, “Jugband Blues” (que si se vé desde la óptica del Syd desencantado, renegado de su propia condición de pop-star y de sus sueños, tiene su punto) , y un estado de ánimo, destructivo y asolador, que logra convencer a todo el grupo para que pueda soltar amarras en paz.

Es curioso que en aquel momento la hipótesis más comentada fué la de que Syd estaba subido a la parra, que la fama le había pegado fuerte y que estaba muy creido y que se pasaba de extravagancias. Digo que es curioso porque al final lo que ha quedado es lo de la locura y las drogas. Que, curiosamente, es lo que más se ha repetido. Y ya se sabe como se convierten las mentiras en verdades…

Se le subió la fama a la cabeza, pero no de la manera que todos pensamos. El le dió vueltas y vió que no merecía la pena. ¿Quién podría desperdiciar una oportunidad así?. Alguien que tuviera algo mejor, alguien que apreciara su singularidad y quisiera protegerla a toda costa. Todo el mundo que le conoció entonces coincide que aquel Syd no era un tío cualquiera. Aún así ninguno habló de protegerlo. Él mismo se tomó la molestia

Se rapa el pelo al cero, para podar a esa pop-star que un día estuvo en sus zapatos. Sigue con su vida, la vida que Roger Barrett decide, no la de un negociante de ideas y canciones. Además los cálculos le salen bien. Hay libras frescas todas las semanas. El ácido sigue interesándole más de la cuenta, y corresponde a sus llamadas. Es una época salvaje para el Barrett libre. El retorno.

Llega el día que decide sentar cabeza, dejar el ácido. Se pasa a la ingesta masiva de mandies. Graba los discos con Gilmour como un pasatiempo, mientras aterriza en el mundo de los vivos. Los Pink Floyd están bien sin él, Waters estaba esperando su turno para decir sus cosas.

A David le ha puesto una condición: nada de “Arnold Layne”, nada de “See Emily Play”. Si lo hace vá a ser Syd, el explorador. El loco. Aunque no mucho más loco de lo que me pongo yo cuando veo el culo tierno de la portada de “Madcap Laughs”. No te jode. ¡Y tanto que se laughea!.

Deja completamente las drogas y descubre la quietud y los placeres de la vida en los suburbios. Ahora es por fin un artista a tiempo completo, gracias a los royalties. Forma los Stars, por el gusanillo del directo, quizas pueda mantener la cosa real tocando por universidades y circuitos más elitistas, aunque… ¿como puede engañarse aún a esas alturas?, está muy quemado.

Ya está más convencido que nunca de que nada de la obra de un hombre tiene sentido. El ácido le ha ayudado a ver muchas cosas, y lo primero que vió es como funciona la naturaleza. Todo se muere. Quizas “Chapter 24″ no fuera lo único oriental que probó. Su estilo de vida parece la adaptación del iluminado a un barrio residencial de Cambridge.

“Tengo una nevera muy grande y he estado comiendo un montón de choped de cerdo ultimamente”, dice a los que le preguntan en la sesión de “Wish you were here” por su peso. Además se está quedando calvo. Ellos lloran, porque no entienden que nada es para siempre. Llorarán incluso hoy en día. Todos ellos han tenido que darse la mano, como si de verdad aún fuesen los de antes, los que empezaron el camino.

Syd es rematadamente feliz.

Fuente: http://esnifandopegamin.blogspot.com

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Comentarios (2)

 

  1. Santiago Jacobo dice:

    Disculpen la ignorancia pero en realidad no entiendo y no puedo hacer mas que preguntar: esto es real? es decir, Roger enserio “hundio” de esa forma al Diamante Loco?

  2. El pirata honrado dice:

    Es un gran articulo viejo. Hace unos años cuando escuchaba mas a pink floyd trataba de encajar el porque de la situacion de syd; quiero resaltar que he leido bastante de waters y hice una especie de analisis psicologico de la personalidad de este. De cierta manera pienso lo mismo que escribes. Roger no toleraba el encanto de syd, la buena vibra de este, si a eso le sumamos lo egocentrico al mil que es waters ya sabemos la respuesta. Sinceramente no me sorprenderia para nada que RW lo haya quemado a syd y que este haya descubierto en todas estas vivencias algo que los otros miembros no captaban. Algo muy muy interesante.

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