El dualismo en psicología transpersonal

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Hay un punto de vista profundamente erróneo en el pensamiento de la psicología tradicional que se ha trasladado, tal cual, a la psicología transpersonal. Este error afecta, en realidad, a todo el pensamiento occidental y se puede rastrear, al menos, hasta la filosofía de Platón (Detienne y Vernant, 1988; Fox Keller, 1991). La psicología, incluso la psicología transpersonal, no ha superado el planteamiento dual que tiene su origen en los albores de la filosofía griega. La teoría psicológica se identifica con una parte de la psique que define como yo-consciente y concibe a todo lo que no cae dentro de la esfera de lo así denominado (el no-yo, el inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico…) como una fuerza opuesta a la que, de una u otra manera, hay que combatir (en la psicología tradicional), en la que hay que sumergirse o a la que hay que rendirse (en la psicología transpersonal). Dado que la conciencia se identifica con el yo, me pregunto sobre el mecanismo psicológico que la induce a rendir ese yo a las fuerzas contrarias de esa dualidad, que ha establecido la propia conciencia. Y no es una pregunta de psicología transpersonal, pues las respuestas que este pensamiento da a esa cuestión son ya conocidas por todos.

Voy a proponer otra forma de ver la cuestión que trasciende el marco de la psicología transpersonal, tal como se encuentra en la actualidad, y adopta una perspectiva sistémica y, al mismo tiempo, se enraíza en el pensamiento mítico y filosófico de la historia de la humanidad.

Desde la noche de los tiempos el ser humano ha considerado, primero en una forma de pensamiento mítico, después filosófico y, por último, racional y científico, a la realidad como compuesta de dos fuerzas opuestas formando un juego eterno. Existe un equilibrio entre ambas fuerzas en un pensamiento más ancestral, como el que proviene de la filosofía de la unidad del Tao y de los conceptos orientales yin y yang, y, mal que nos pese, también en el pensamiento científico objetivo (fuerzas negativa y positiva de toda la realidad que forman unidad). Sin embargo, en la generalidad del pensamiento occidental se produce un desequilibrio entre ambas fuerzas con el nacimiento y desarrollo del discurso racional. En la mitología cristiana Dios y diablo no son iguales, el segundo está sometido al primero. Obviamente la conciencia se identifica con Dios. Curiosamente parece predominar en el pensamiento psicológico la postura contraria: ¡Dios está sometido al diablo!

En la exposición que sigue a continuación debemos tener en cuenta que nos movemos a través de un lenguaje dual intentando comprender una realidad unitaria que está más allá de la experiencia común y cotidiana. Este pensamiento dual y cartesiano sigue existiendo, tal como denuncia Bradford P. Keeney (1987), en la psicología humanista y en la transpersonal.

Si contemplamos la realidad, adoptando la terminología oriental, como una unidad –Tao– con dos fuerzas opuestas yin y yang, tendremos una perspectiva que se sale del punto de vista antropocéntrico de la psicología y que está mucho más cerca de la visión que sobre la realidad tiene la ciencia objetiva. Las fuerzas opuestas existen en la naturaleza como luz y obscuridad, día y noche, macho y hembra, óvulo y espermatozoide, protón y electrón, polo positivo y negativo… En ninguno de estos casos se piensa que una fuerza sea superior a la otra o que ésta tenga que sumergirse en, o rendirse a, aquella. ¿Porqué ocurre así en psicología? Podríamos intentar una explicación. La aparición de la conciencia racional está unida al desarrollo del yo y se efectúa –histórica e individualmente– a través de una escisión y diferenciación epistemológica que produce la propia conciencia. La conciencia racional se identifica con uno de los polos de esta escisión, el llamado polo positivo (Dios en la religión cristiana), y deja supuestamente fuera de la consciencia todo lo que no pertenece a ese polo positivo. Pero el inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico…, son también conciencia; el polo negativo de la conciencia no reconocido por la identi-ficación de ésta con uno de los términos –el yo– de la escisión histórica que ha tenido lugar en la propia evolución humana.1

Desde esta perspectiva es fácil entender que se considere al yo-consciente como una isla en medio del océano a punto de sumergirse en las aguas primordiales (Jung, 1933). Pero resulta que las aguas primordiales –el concepto y la conciencia de las “aguas primordiales”– son también conciencia, una descripción de la conciencia. No es el consciente el que se que se sumerge en el inconsciente. Son el consciente y el inconsciente los que se sumergen, ambos, en la que llamaremos, para intentar entendernos, unidad primordial en el caso de la psicosis y en la unidad última en el caso de la integración mística. No hay inconsciente si no hay conciencia de su existencia. La dualidad consciente-inconsciente es una forma de manifestación de la unidad en este punto de la evolución del universo.

En la unidad primordial hay fuerzas yin y yang. El germen del yo y del no-yo ya existe en la unidad primordial, en el universo. Configurará, como fuerzas opuestas a lo largo de la evolución del universo: partículas diferenciadas, fuerzas opuestas, sexos diferentes… La fuerza yang dará lugar a lo que llamamos yo, de la fuerza yin provendrá lo que llamamos no-yo. En Psicología transpersonal (1988) Grof describe dos tipos de experiencia mística: oceánica e iluminativa. La primera es yin, la segunda yang. Cuando Wash¬burn dice: “Cuando el poder del fundamento fluye, la experiencia se acelera, haciéndose viva y aguda, cuando no tumultuosa y arrolladoramente intensa…” (1996, pág. 182), está hablando de una parte yang de lo que él llama fundamento dinámico. Una fuerza yang que también es la fuerza de lo que habitualmente entendemos por concepto de yo. Es decir, está hablando de la existencia del yo en el fundamento dinámico. El fundamento dinámico no es una fuerza no-yo que se opone al yo. El fundamento dinámico, tal co-mo lo describe Wash¬burn, es al mismo tiempo yo y no-yo. Es decir, en esa zona previa a una clara conciencia diferenciada existe lo que luego será en la conciencia (erróneamente identificada con uno de los polos de la dualidad) el yo y también… el no-yo. El fundamento dinámico no es igual al no-yo. No existe una cosa llamada inconsciente, gran madre, fundamento dinámico…, que “genera” un yo para luego volver a sumergirlo en él. El yo es una manifestación en la conciencia de una fuerza que existe por sí misma, al igual que existe la fuerza y manifestación del no-yo.

Tampoco el yo es una entidad transicional que desaparece en la unidad última (Wilber, 1988, 1991), al menos que entendamos que en la unidad última “desaparecen” el yo y el no-yo, y que la unidad última es, al mismo tiempo, yo y no-yo. Pero la unidad como tal no se manifiesta, la dualidad es la manifestación de la unidad, y como tales la unidad primordial y launidad última necesitan una dialéctica dual para manifestarse, llamémosla yin y yang, yo y no-yo, consciente e inconsciente… En la etapa de transición de la conciencia egoica a la conciencia transpersonal lo que “debe morir” no es “el yo”, sino la identificación de la conciencia con uno de los polos de la unidad yo-noyo; es decir la identificación de la conciencia con el polo yoico.

El hecho de que el yo tenga rasgos inconscientes y que el inconsciente se comporte con frecuencia de una manera que podríamos llamar consciente (en la medida en la que dirige la evolución y maduración del individuo) está plenamente de acuerdo con la filosofía del yin-yang, pues en el seno de cada uno de ellos hay un núcleo de su opuesto, la dualidad es multidimensional. También la ciencia describe, en múltiples niveles de la realidad, “rasgos” del polo opuesto en el seno de una entidad definida; sin ir más lejos, a modo de ejemplo, el positrón es la versión positiva del negativo electrón.

Tal como –vuelvo a decir– denuncia Keeney, el pensamiento psicológico está todavía inmerso en una estructura dual que pierde de vista la unidad e interpenetración última de los términos que contempla. Desde esta perspectiva dual es fácil entender que la realidad, tal como se nos presenta a nuestra observación, nos induzca a pensar que el yo no existe anteriormente y “emerge” a partir de una entidad que está siempre intentando absorberlo y que al final lo consigue. Es verdad que el yo no existe como tal, pues la conciencia (al menos, tal como la entendemos los humanos) es una adquisición reciente de la evolución del universo. Identificados con el yo, nos parece que es algo nuevo y maravilloso, único y exclusivo. Pero el yo es otra manifestación, en el plano de la conciencia, de una fuerza universal que siempre ha sido yo (yang). No se puede entender que un yo sumergido o dependiente del fundamento dinámico sea capaz de afrontar las poderosas fuerzas místicas y salir indemne de ellas. Una dualidad no es tal dualidad si uno de los términos no es igual al otro, es una jerarquía. En la jerarquía también puede haber oposición entre la fuerza de arriba y la de abajo, pero no hay igualdad y, por lo tanto, no hay dualidad –en el sentido de complementaridad (que no de subordinación), como aquí se define. El acceso a un nuevo nivel epistemológico de conciencia sólo se puede producir a través de un proceso recursivo (Keeney, 1994) en el que las fuerzas opuestas se integren. Y no puede un yo transicional, dependiente, sumergido o inferior al no-yo ser el rival que éste necesita para lograr esa integración.

La mayoría de las afirmaciones y observaciones de la psicología tradicional, la psicología transpersonal y la psicoterapia se mantienen perfectamente y son coherentes con este punto de vista. Lo que no es coherente es la perspectiva dualista-jerarquizada de la psicología con el pensamiento sistémico y con la unidad universal de los opuestos. Podemos encontrar una crítica sumamente interesante respecto a la estructura jerárquica cartesiano-kantiana del pensamiento transpersonal y de muchos sistemas de espiritualidad oriental en Ferrer (2003). En la naturaleza las fuerzas opuestas son iguales. ¿Por qué habría de ser diferente en la conciencia? Me parece que ésta puede ser una cuestión análoga a la del movimiento de la Tierra: los sentidos nos dicen que es el Sol el que se mueve; pero los datos nos afirman lo contrario. Asimismo los sentidos y la observación inmediata nos dicen que el yo emerge del no-yo; pero esto no es coherente con la visión de la realidad que tiene el resto de las ciencias. Creo que la psicología tiene todavía que superar la visión antropocéntrica que siempre ha acompañado a la conciencia humana si quiere convertirse realmente en ciencia, pues su visión de la realidad chirría con la que tienen el resto de las ciencias sobre la misma y, obviamente, éstas no pueden aceptar en su seno una versión que “desafina”. Todavía sigue sutilmente entre nosotros el pensamiento judeo-cristiano haciéndonos creer que somos un fenómeno especial sin contacto con el resto de la naturaleza.

Todas las actuales manifestaciones patológicas de la mística, tanto individuales como colectivas, son una expresión de la dialéctica entre el yo y el no-yo. La evolución del universo está empujando la conciencia hacia un nuevo nivel epistemológico y en la dialéctica yin-yang entre fuerzas opuestas aparece el fenómeno de la lucha del yo con el no-yo en las más diversas manifestaciones. Creo que estos fenómenos son más comprensibles desde la perspectiva de una unidad que contemple a las fuerzas del yo y a las del no-yo como jugadores de un juego eterno en el que se van sucediendo los vencedores y los vencidos. Sólo cuando el árbitro que juzga el juego no sea partidario de ninguno de los equipos podrá haber equilibrio en su juicio.

Bibliografía
Detienne M., Vernant J. P. Las artimañas de la inteligencia, (1988). Ed. Taurus. Madrid.
Ferrer J. Espiritualidad creativa. (2003). Ed. Kairós. Barcelona.
Fox Keller E. Reflexiones sobre género y ciencia (1991). Ed. Alfons el Magnànim. Valencia.
Groff, S. Psicología transpersonal (1988). Ed. Kairós. Barcelona.
Jung, C. G. El yo y el inconsciente (1933). Ed. Luis Miracle. Barcelona.
Keeney. B. P. Estética del cambio (1994). Ed. Paidós. Barcelona.
Washburn, M. El ego y el fundamento dinámico (1996). Ed. Kairós. Barcelona.
Wilber, K. El proyecto Atman (1988). Ed. Kairós. Barcelona.
—. Los tres ojos del conocimiento(1991). Ed. Kairós. Barcelona.

Autor: Sinesio Madrona Rodenas

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